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La reciente intervención de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil en la Fiscalía General del Estado ha desatado una ola de reacciones en el ámbito judicial español. Este hecho, calificado por muchos como «desproporcionado» e «innecesario», ha puesto en el centro del debate la actuación de las instituciones y la protección de la información sensible.
La UCO, bajo orden del juez del Tribunal Supremo, realizó una incautación de dispositivos electrónicos pertenecientes al fiscal general, Álvaro García Ortiz, lo que ha generado inquietud entre los miembros del Ministerio Público.
La intervención se llevó a cabo en el despacho de García Ortiz, donde los agentes de la UCO permanecieron más de diez horas.
Durante este tiempo, se incautaron teléfonos móviles, ordenadores y correos electrónicos, así como información de cuentas digitales. Este tipo de diligencias, que afectan a la privacidad y al secreto profesional, han sido objeto de críticas por parte de fiscales que consideran que se han sobrepasado los límites de la legalidad. La decisión del juez instructor, Ángel Luis Hurtado, de autorizar tales medidas ha sido calificada de «extrema» y ha suscitado un intenso debate sobre la proporcionalidad de las acciones tomadas.
Las reacciones no se han hecho esperar. Desde la Asociación de Fiscales y otras organizaciones del sector, se ha manifestado una profunda preocupación por el impacto que esta intervención puede tener en la imagen de la institución. Muchos fiscales han expresado su descontento, argumentando que existen métodos menos invasivos para obtener la información necesaria. La situación ha llevado a algunos a pedir la dimisión de García Ortiz, quien, a pesar de la controversia, ha recibido el apoyo del Gobierno y del presidente Pedro Sánchez, quienes han defendido su actuación y han puesto a su disposición la Abogacía del Estado.
Este episodio plantea serias interrogantes sobre la independencia del sistema judicial en España. La intervención de la Guardia Civil en un despacho de tan alta relevancia ha sido interpretada por algunos como un signo de desconfianza hacia el fiscal general. La posibilidad de que un cuerpo policial tenga acceso a información sensible de un alto funcionario del Estado podría tener repercusiones significativas en la forma en que se llevan a cabo las investigaciones en el futuro. La comunidad jurídica observa con atención cómo se desarrollarán los acontecimientos y si se tomarán medidas para evitar que situaciones similares se repitan.
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