Una experiencia entre curiosa e inquietante me ha llevado a desarrollar una teoría sobre el comportamiento animal: las ardillas de los parques saben que quien lleva una bolsa es una fuente potencial de alimento.
Esta teoría no tiene fundamento científico alguno y su fundamento empírico es muy limitado, pues se reduce a una experiencia, una tarde, en The Flower Walk, en el Kensington Park de Londres, Inglaterra.
Con permiso de los etólogos, formulo mi tesis.
En los Jardines de Kensington, como en tantos otros parques de Londres, las ardillas están por doquier.
Se las ve en la distancia, trepando algún árbol.
Y se las ve de cerca si alarga uno el brazo con gesto de ofrecerles algo, que generalmente suele ser un trozo de pan.
La humanidad desconoce el número de ardillas y gorriones muertos por indigestión debido al consumo excesivo de bollería de industrial.
ardillas por doquier en kensington The Flower Walk es un camino cercado.
Para entrar y salir de él hay que abrir una pequeña verja.
Tiene aproximadamente un kilómetro de largo, casi cubierto por un techo de ramas de árboles y flanqueado por flores.
Y ardillas, según descubrí en cuanto la verja de entrada se cerró tras de mí.
La primera ardilla apareció inmediatamente y se acercó a mis zapatos sin dudarlo.
La segunda salió de entre los matorrales unos metros más adelante y se me subió hasta la mitad de la pantorrilla.
Son animales con una cara muy simpática y aquel descaro me hizo gracia.
Para cuando había recorrido la mitad del camino ya me seguían unas cuatro ardillas y otras dos me cerraban el paso.
Apoyadas en mi zapato, intentaban husmear en la bolsa que llevaba en la mano.
A mi espalda escuchaba los murmullos nerviosos de otras dos personas que también estaban siendo cercadas por los roedores.
Apuré el paso hasta encontrarme con un señor que venía en dirección contraria.
Su cara de sorpresa me hizo mirar hacia atrás: cinco ardillas corriendo detrás de mí, detrás de ellas dos señoras espantadas y detrás de las señoras, más ardillas.
Dos ardillas salieron de los matorrales justo frente al señor sorprendido, se le enredaron en los pies y lo hicieron trastabillar, pero pasaron de largo.
Su objetivo era yo, yo y mi bolsa, pues todas se ponían en dos patas y movían la nariz como intentando detectar que había dentro de ella.
Finalmente, alcancé la verja de salida.
Unos segundos después salieron las agobiadas señoras.
Del otro lado de la verja se quedaron plantadas las ardillas, mirándonos fijamente, haciendo caso omiso del señor y de una chica que había entrado en aquella emboscada justo cuando yo salía.
¿Qué teníamos en común las señoras y yo? Llevábamos bolsas.
¿Qué tenían en común el señor y la chica? No llevaban bolsas.
Mi conclusión: las ardillas reconocieron las bolsas como fuente potencial de comida.
Acostumbradas a los paseantes, no tienen ningún reparo en lanzarse contra sus zapatos y dobladillos como medida de presión para que les suelten algo.
Si alguna vez ha sido un puntapié, no han aprendido la lección.
Acoto que se trataba de ardillas grises, esas a las que el príncipe de Gales sentenció a muerte.
Resulta que las grises (Sciurus carolinensis) son una especie invasora, que roba territorio y comida a la nativa ardilla roja (Sciurus vulgaris).
No me extraña, con esos métodos.
Fotografías