La pulpa de las frutas es una fuente natural y sabrosa de color para los alimentos.
Para tonos de rojo, rosa o lila, las fresas o arándanos son ideales.
Basta con licuarlos en un procesador de alimentos, colar la pulpa –para evitar las pequeñas semillas- y agregarla a lo que sea que se esté preparando.
Por ejemplo, una cobertura para pastel hecha con queso crema.
Mucha gente usa la cúrcuma para colorear la comida de amarillo.
Sin embargo, esta especia tiene un sabor muy particular que puede no gustar a muchos.
En ese caso, el azafrán es una opción.
Si se tiene en hebras, se machaca una pizca de ellas y se deja hervir en dos cucharadas de agua.
Para el verde, muchos usan el aguacate porque tiene un sabor muy suave, aunque quizá se oxide pronto y tome un color marrón no muy bonito.
Existe un alga llamada chlorella que tiene mucha clorofila, pero antes de usarla conviene preguntar al herborista.
Aunque los pigmentos naturales son menos intensos y estables que los sintéticos, son los más confiables.
Los colorantes artificiales tienen mala fama.
Desde mediados del siglo pasado se encontró que muchos de ellos contenían plomo, cobre y arsénico y eran un verdadero peligro para la salud.
Justo este año la Unión Europea exigió la inclusión en los alimentos que usan aditivos artificiales de una aclaratoria sobre los problemas de salud que pueden provocar.
Existen tres grandes familias de colorantes no artificiales clasificados según su procedencia: los vegetales, los animales y los minerales.
Entre los vegetales tenemos los carotenoides, que son pigmentos orgánicos que se encuentran en organismos fotosintéticos como las algas, algunas variedades de hongos y bacterias.
Su coloración va del amarillo intenso al rojo oscuro pasando por el naranja.
La clorofila, que es el más abundante de la naturaleza, no en vano se considera que el verde es el color más ecológico.
Las antocianinas, glucósidos que dan un tono rojo, azul o púrpura, y se encuentran en frutas muy oscuras como la frambuesa.
Y los taninos que ofrecen una coloración que va desde el amarillo hasta el castaño oscuro, se encuentra en las cortezas de los robles y los castaños.
Los colorantes animales, por supuesto no aptos para veganos, proceden sobre todo de la hemoglobina, una proteína conjugada que da la tonalidad roja a la sangre y los músculos.
Pero más curioso es el pigmento de la Cochinilla, un insecto típico de México, cuyo tinte (E-120), al no ser tóxico, se usa en una gran variedad de productos cosméticos, alimenticios y textiles.
Su gama de colores va desde el violeta, pasando por el naranja, gris y negro.
El mineral más común y que más colorea es el óxido de hierro.
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