Escribiendo sobre los abetos de Navidad que la señora Mayol ha instalado en Barcelona, me acordé de un libro que leí acerca de la tragedia de Srebrenica en Bosnia-Herzegovina.
El libro, que es, creedme, muy muy duro, se llama “Postales desde la tumba“, y su autor es Emir Suljagic.
Copio aquí unos fragmentos que me parecen pertinentes para este blog de ecología: un ejemplo de auto-producción de energía, por un lado, y, aún sucediendo en un contexto trágico, un divertido caso de energía por pedaleo.
“Central”, así la llamábamos, y al final casi todos teníamos la nuestra.
(.
.
) Una mañana apareció en el río Rojo, que pasaba por la ciudad, una pequeña central eléctrica improvisada.
Era muy sencilla: una rueda de molino, un motor eléctrico y unos cientos de metros de cable que la conectaban a la casa de su propietario.
Luego se multiplicaron no sólo por la ciudad, sino también por las aldeas, donde era más fácil instalarlas.
Cada arroyo de pueblo se aprovechó y todo el enclave brilló de nuevo iluminado.
La luz, por supuesto, parpadeaba, porque los cambios de tensión eran constantes, pero eso era mejor que los trapos empapados de sebo que exhalaban un olor horrible y alumbraban débilmente.
Al principio fueron algo necesario, para convertirse en un asunto de prestigio.
Algunas, las que pertenecían a la gente importante de la ciudad, tenían verdaderos tubos de presión y grandes motores; podían incluso ver la televisión, y las bombillas de sus pisos no titilaban.
Sin embargo, la recepción era a menudo mala por la situación de la ciudad; durante el campeonato mundial de fútbol que se celebró en 1994 en Estados Unidos, a pesar de que la guerra campaba por sus respetos, los partidos se convirtieron en una prioridad.
Grupos enteros, por supuesto hombres, llevaban televisores al Bojna, un monte que se levantaba escarpado sobre la ciudad y donde la recepción era buena, los conectaban a pequeñas dinamos, se turnaban para dar vueltas a la dinamo, que en la mayoría de los casos tenía montado un pedal de bicicleta, y veían el fútbol.
Podéis comprar este libro online en La Casa del Libro o en Altair.
Que conste que no me dan comisión.
Fotografía