El fracking o fracturamiento hidráulico es una técnica para la extracción de gas natural de esquisto o pizarra.
Consiste en hacer una perforación de hasta cinco mil metros de profundidad en el terreno, hasta la capa de pizarra, e introducir a través de ella una tubería a través de la cual son bombeados miles de litros de agua, arena y otros productos químicos, a una presión tan alta que rompe la piedra y libera el gas, que vuelve a la superficie a través de la misma tubería.
La extracción de gas a través de este sistema es muy alta, como también lo son sus riesgos medioambientales.
Si se produce una filtración de gas o químicos a los acuíferos subterráneos, y suele pasar, los vecinos de la zona pueden descubrir que el agua que sale por el grifo de sus cocinas o baños se convierte en una bola de fuego al contacto con la llama de un mechero.
En 2011 un grupo de congresistas demócratas en Estados Unidos revelaron datos de una investigación según la cual algunas compañías de gas inyectaron cientos de millones de galones de químicos potencialmente cancerígenos en pozos de fracking de más de 13 estados del país.
Además de la contaminación de los depósitos subterráneos de agua a través de los pozos de inyección, el fracturamiento hidráulico emite cantidades de metano mayores que el gas extraído de forma convencional.
Y el proceso completo genera aguas residuales que puede contener sustancias nocivas y que a menudo son almacenadas en pozos subterráneos, conocidos como pozos de inyección.
El diario inglés The Telegraph cita un estudio realizado por la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, que concluyó que la huella ecológica del gas obtenido por fracking es mayor que la del carbón o el petróleo cuando es analizado en un periodo de 20 años después de la emisión.
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