Atrás quedaron los años en los que el gobierno chino tenía a sus ciudadanos disciplinadamente andando por la senda de la obediencia.
Con la introducción del capitalismo, el partido ha logrado encaramar al país en las alturas del poder económico, pero también ha permitido que sus ciudadanos, ahora con más poder adquisitivo se crean con el derecho –vaya osadía- de oponerse a la construcción de una planta incineradora de basura, que es justo lo que está sucediendo en la ciudad sureña de Guangzhou.
Esta manifestación, que además se ha producido justo frente a las oficinas del Gobierno, llega poco tiempo después de que se hiciese público que mucho del dinero que el gobierno chino ha destinado a proyectos medioambientales ha sido despilfarrado o desviado por los propios funcionarios.
Uno de los datos más preocupantes era el desvío del dinero destinado al saneamiento de grandes ríos como el Perla, ese que apenas se puede distinguir en la foto, con la propia ciudad de Guangzhou al fondo, debido a la contaminación.
La enfadada multitud no sólo se opone a la construcción de la planta sino que además pide la renuncia del secretario general encargado de la ciudad.
Actos similares veinte años atrás eran inimaginables en China, y si se producían terminaban muy mal.
Sin embargo, recientemente el plan de construcción de una refinería de petróleo en un distrito de gran riqueza ecológica a lo largo del río Perla fue trasladado a una zona menos poblada debido a la oposición pública.
Pese a la vehemente oposición a la incineradora, los funcionarios gubernamentales sostienen el incinerador de residuos sigue siendo la opción preferida para hacer frente a la producción cada vez mayor de residuos de los 2,5 millones de residentes en la zona en la que la planta se construirá, Panyu.
De acuerdo con una encuesta pública, cerca de 92% de los residentes cree que el proyecto inflingirá un importante daño al medio ambiente y a su salud.
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