A pocas horas de que se lleve a cabo la reunión de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies en Peligro, en Qatar, llega la peor de las noticias para la vida salvaje: once tigres siberianos han muerto de frío e inanición en un zoológico en el noreste de China.
Noticias como esta hacen que uno desee que el Banco Mundial no sólo pida al gobierno de ese país cerrar las granjas de tigres sino también cualquier otro sitio en el que se tenga animales salvaje en cautiverio.
Los once felinos han muerto a lo largo de los últimos tres meses.
Un gerente del tétrico zoológico dice que los animales murieron por enfermedades no especificadas, pero los informes dicen que estaban famélicos y eran alimentados sólo con huesos de pollo.
Se sabe que el zoológico, llamado Shenyang Forest, está atravesando problemas financieros.
De acuerdo con un funcionario del zoológico, mantener a los tigres costaba más de 900 euros diarios.
Ese dinero es casi la mitad del subsidio por alimentación que el zoológico recibe del gobierno local para atender a todos los animales.
Habían llegado al extremo de tomar parte del salario de los trabajadores del zoológico para cubrir los gastos.
Se agradece el sacrificio del personal, pero si no tenían dinero para algo tan básico como dar de comer a un animal, tendrían que haber gestionado su traslado a otro lugar.
Preferiblemente, digo yo, a un sitio ubicado en un país en el que el tigre no sea utilizado en la medicina tradicional.
De acuerdo con The Guardian, los grupos de protección de los animales dicen que los zoológicos y parques de vida salvaje de China podrían estar criando más animales de los que pueden atender con la esperanza de vender sus cadáveres en el mercado negro.
Es como comerciar con la muerte de un animal.
Peor aún, de un animal en peligro de extinción.
El Shenyang Forest tiene unos antecedentes más bien terribles.
En noviembre de 2007, tres tigres mataron a un cuarto en una pelea por comida.
A finales del año pasado, dos tigres hambrientos fueron tiroteados por la policía después de haber atacado a un cuidador.
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