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La energía solar ayuda a evitar accidentes de tráfico en Canadá

La lucha contra el exceso de velocidad y los accidentes de tráfico en las ciudades cuenta con aliados tan toscos y rústicos como los badenes –esos montículos que obligan a frenar… o cambiar los amortiguadores- y otros con un componente tecnológico como el que nos ocupa: Un dispositivo con radar que reprende a los conductores que superan la velocidad permitida.

En todo caso, sigo pensando que estos recursos son válidos como recordatorios pero los esfuerzos han de ir dirigidos hacia la forja de una conciencia cívica (en la etapa de la niñez y la adolescencia) y la sensibilización en el caso de los adultos.

El reto es convencer y no castigar.
Pero dejémonos, por ahora, de mundos ideales y concentrémonos en el aparato en cuestión, una invención que, además, se auto-gestiona en lo energético pues funciona gracias a paneles solares.
Así que sospecho que tampoco debe ser mucha la energía que demanda, pues Canadá no es conocida precisamente por sus muchas horas de sol y cielos despejados todo el año.

Calgary, junto a otras ciudades canadienses, se suma al programa piloto, en concreto el barrio de Mayland Heights.
Cuando un conductor sobrepase la velocidad permitida en lugares como la Octava Avenida o el paso elevado de Deerfoot (así hasta dieciséis emplazamientos), el dispositivo activa unas luces brillantes que le recordarán que se trata de una zona en la que ha de conducir a un máximo de cincuenta kilómetros por hora.
Sólo espero que los destellos no sean de tal potencia que cieguen al conductor.
Aún así más un despistado creerá que está cruzándose con un OVNI como le sucedía al personaje que interpretaba Richard Dreyfuss en Encuentros en la Tercera Fase.
Parecidos fílmicos aparte, las autoridades municipales se han decidido por este dispositivo –cuyo precio por unidad es de seis mil euros aproximadamente- por su eficacia pero también porque el hecho de que funcione con energía solar reduce los costes, incluso los de instalación, pues no es necesario realizar obras de cableado bajo tierra, de modo que sólo precisa de mantenimiento periódico.
Pero a estas razones, poderosas en sí mismas, hay que sumar el fracaso (parcial) del anterior sistema: Una serie de paneles repartidos por las calles que medían y mostraban al interesado la velocidad a la que transitaba su vehículo.
Troy McLeod, responsable del Área de Tráfico de Calgary cuenta como para algunos desalmados se convirtió en un entretenimiento competir para ver quién era capaz de marcar el registro más alto.
Es decir, lograban justo el efecto contrario que pretendían, vaya, como colocar una chocolatina a la puerta de un colegio con el fin de mejorar la salud bucal.
De forma que McLeod replanteó el asunto: “Lo que queremos es que la gente se acostumbre a respetar los límites de velocidad y para eso no es necesario que los conductores sepan cual es su velocidad exacta”.
Rectificar es de sabios aunque suponga un gasto extra de las arcas públicas.
Pero tampoco hay que generalizar, puede que algunos bandarras y aspirantes frustrados a Michael Schumacher –bueno, tratándose de Canadá, habría que decir Jacques Villenueve- se hayan divertido a costa de los paneles de medición de velocidad con el consiguiente peligro para el resto de la ciudadanía, pero es de justicia indicar que lograron reducir en siete kilómetros por hora la velocidad medida del tráfico de la tercera ciudad más poblada de Canadá y, como reza su lema, corazón del nuevo oeste aunque en la matrícula que ilustra este post proclame que es la ciudad de la estampida, una actitud poco recomendable a la hora de conducir.
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