Categorías: Medio ambiente
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1 abril, 2020 1:39 am

Un empresario planea hacer balones de fútbol con los camellos australianos

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Tal y como lo tienen los camellos australianos, mejor será que se dejen de amoríos y caminen hacia una liberadora extinción.
Será la única manera de librarse de amigos como el último que les ha salido, un señor que quiere jugar con ellos …convirtiéndolos en balones de fútbol.

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El susodicho se llama Christopher Harms, un hombre de negocios de Alice Springs con ideas fantásticas, a su propio entender, por supuesto.
Su iluminada cabecita cree tener la solución definitiva para controlar la superpoblación de camellos salvajes en aquel país, donde no dejan de maltratarlos desde que los llevaron allí para explorar el territorio en 1788.

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Ahora, nuevo capítulo en el culebrón de los crueles intentos de su exterminio.
Lejos de controlar la población con métodos compatibles con la vida, triunfan ideas como la de este señor, que hace algo peor que tratarlos a patadas: quiere convertir sus pieles en balones de fútbol australiano.
La idea, llamada Proyecto Footy, está vendiéndose a través de las supuestas ventajas derivadas de su exterminio, cuando éstas también se lograrían controlando la población de estos mamíferos.

Sin más ni más, se pinta a los camellos casi como culpables del cambio climático y de la crisis económica que sufre el país: que si provocan pérdidas en la agricultura y las poblaciones de más de 6 millones de libras al año, que si emiten tantos gases de efecto invernadero como 150.
000 coches, que si tienen un impacto ambiental importante, que si convirtiéndolos en balones se reciclan y se dará empleo a las comunidades aborígenes y su trabajo llevará un sello de arte indígena…Por lo pronto, el proyecto ha solicitado subvenciones del gobierno y ya cuenta con el apoyo de la Corporación Russell, que vende el 90% de los balones de fútbol de Australia bajo la marca Sherrin.
Muy a mi pesar, le auguro un gran éxito a este empresario sin escrúpulos.
Su idea triunfará fácilmente en un país donde tanto se da quién provocó el estropicio, allá por el siglo dieciocho: lo único que importa es atajar el problema de cualquier manera, es decir, masacrándolos a tiro limpio o, por qué no, ¿engrandeciendo? un deporte nacional.
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