Funcionarios del Zoológico de Berlín han confirmado que Knut, el oso polar de cuatro años de edad cuya vida fue casi un asunto de Estado en Alemania, ha muerto.
El animal sufrió un espasmo y dejó de respirar, según descripciones de los testigos.
Su cuerpo flotaba inerte en su tanque de agua ante las caras de confusión y miedo de los visitantes.
La causa de la muerte aún no está clara.
Habrá que esperar al lunes, cuando será hecha la autopsia, pero al parecer en la mañana del sábado el comportamiento del oso era normal.
A mí, la historia de Knut siempre me ha parecido triste.
Fue abandonado por su madre al nacer, al igual que su hermano, y hubo quienes sugirieron que debía ser sacrificado.
Sobrevivió, sí, para ser la principal atracción de un encierro.
Si bien los osos polares están teniendo cada vez más dura la lucha por su supervivencia en el Ártico, ningún animal salvaje debería vivir en un zoológico.
En 2008, Thomas Doerflein, el cuidador que lo había alimentado desde cachorro e interpretaba canciones de Elvis Presley para él en su guitarra, murió de un ataque al corazón con sólo 44 años de edad.
En 2009, Knut fue el centro de una disputa entre el zoológico de Berlín, en el que nació, y el zoológico de Neumünster, su dueño legal, que reclamaba una parte del dinero que el oso había generado en concepto de entradas y productos alusivos.
En 2010, cuando por fin fue traída una osa para hacerle compañía, la sección alemana del grupo People for the Ethical Treatment of Animals (Gente a favor del tratamiento ético de los animales, mejor conocidos como PETA), sugirió que Knut fuese castrado, pues él y su compañera compartían el mismo abuelo, así que un posible cachorro se vería seriamente amenazado por la endogamia.
Creo que Knut ha muerto de la forma en que todo apuntaba que moriría: solo y en una turbia piscina, a la vista de decenas de humanos.
¿Habría sido menos triste que muriera de hambre en el polo norte? No sé si menos triste, pero probablemente sí más digno.
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