Si este no es un buen ejemplo de ironía, me declaro incompetente en gramática.
En el condado de Tulare, en el Valle Central de California, Estados Unidos, un hombre murió desangrado luego de haber sido herido en la pierna por su gallo de pelea, al que había adherido una cuchilla en la pata.
La herida fue infligida durante el revuelo causada por la llegada sorpresiva de la policía.
Veamos.
Primero, las peleas de gallos son una práctica muy común en varios países latinoamericanos y asiáticos, y fue en los últimos donde se originaron.
Su dinámica no esconde mayor secreto: dos gallos son puestos a pelear entre sí en medio de un ruedo, hasta que uno de ellos huye o es herido tan gravemente como para no poder continuar.
Como suele pasar en todas las actividades que implican a dos animales hiríendose sin ningún otro objetivo que la distracción de los espectadores, en las peleas de gallo suele apostarse.
Es frecuente que a los gallos se les coloquen hojillas o pequeños objetos punzopenetrantes en las patas.
El objetivo es obvio: hacer el mayor daño posible al contrincante.
Es previsible, entonces, que los animales salgan del ruedo heridos o muertos.
Los defensores de estas peleas -hay quienes la clasifican como deporte, vaya usted a saber con base en qué concepto- aseguran que esto no es frecuente, pero las probabilidades indican lo contrario.
El tercer factor en esta ecuación es la ilegalidad.
En Estados Unidos, las peleas de gallo son ilegales desde mediados del siglo XX.
De allí que algún vecino de Tulare decidiese llamar a la policía la mañana del 30 de enero, denunciando que una pelea de gallos estaba tomando lugar.
Cuando la policía irrumpió en el lugar, asistentes y entrenadores intentaron huir, pues en California también es ilegal ser espectador de tal evento.
En medio del alboroto, uno de los gallos, armado con un cuchillo acoplado a sus patas, hirió a su propietario en la pierna.
Éste fue trasladado a un hospital, pero al llegar ya había perdido demasiada sangre y murió.
Vía