A principios de este año, los científicos californianos Robert L.
Pitman y John W.
Durban zarparon hacia la Antártica en busca de una especie de orca –mejor conocida por el infame nombre de ballena asesina- que caza focas Weddell usando un curioso método: nadan junto a los témpanos de hielo sobre los que las focas se refugian, para que su estela les arrastre fuera de ellos.
Los científicos, no obstante, fueron testigos de algo aún más sorprendente: una ballena jorobada protegiendo a una foca de las fauces de la orca.
He aquí un recuento del evento.
Estaban las orcas en su faena de cazar focas, cuando un grupo de ballenas jorobadas llegó al lugar.
Una foca que había sido arrastrada fuera del témpano por la estela del nado de una orca, nadó hacia una de las ballenas jorobadas, saltó sobre su vientre y se refugió bajo su axila.
A la jorobada, para mayor sorpresa de los humanos, todo esto no le pilló por sorpresa.
De hecho, cuando una ola amenazó con devolver a la foca al peligro del mar y de las fauces de las orcas, la enorme ballena usó su aleta de cinco metros -la más larga en el reino animal- para sujetar a la foca y mantenerla sobre su vientre.
Los científicos creen que la foca disparó un mecanismo de defensa maternal en la ballena.
Los depredadores siempre llevan las de perder cuando de despertar compasión en los humanos se trata.
Sin embargo, cuando uno mira un documental de vida salvaje que narra las peripecias de una manada de leones en las llanuras del Serengueti, no puede sino sentir alivio cuando las leonas logran apresar a la gacela Thomson.
Persiguen, apresan y asfixian.
No hay crueldad innecesaria.
Las orcas, en cambio, parecen jugar con la comida, algo que no sólo es de muy mala educación sino que resulta sádico si la comida en cuestión aún está viva.
Se las ha visto lanzando por el aire a pequeñas focas y, ahora, creando olas para ver cuál es la desgraciada que no logra sujetarse bien al témpano.
Sabemos que tenéis que alimentaros pero, por favor, un poco de pudor.
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