Recuerdo que, mientras sonaba la pegadiza canción que anunciaba el comienzo de la serie Cheers aparecían imágenes que recorrían la historia del establecimiento.
En una de ellas un parroquiano, en medio del bullicio, sujetaba la portada de un periódico en el que un titular ocupaba gran parte de la portada: “¡Ganamos!”.
Algo así han gritado las miles de personas implicadas de forma activa en la batalla –no cruenta, claro- de Kingsnorth.
El motivo ha sido el anuncio de la compañía alemana E.
ON de que aplaza tres años su intención de ampliar la central.
Aseguran que la decisión ha sido tomada debido a que la demanda de energía se ha visto reducida por la recesión económica (en el último año, en un ocho por ciento en Gran Bretaña).
No digo yo que no haya tenido que ver, pero parece que los llamados gigantes energéticos prefieren arrancarse las uñas que reconocer la importancia de la presión popular.
Eso sería dar alas a David y su honda, es decir, al movimiento ecologista y ciudadano de cara a las nuevas fechorías -perdón, estrategias de expansión- que, sin duda, ya están planeando.
Así que la manifestación se ha transformado en celebración, quizás la del principio del fin de la energía del carbón en Gran Bretaña.
Aunque oficialmente sea un aplazamiento, todas las partes implicadas sospechan que se trata de algo definitivo (las decisiones empresariales de este calado no se toman en base a una crisis).
La historia de Kingsnorth recuerda, en parte, a la de la película Cenizas del Cielo pero cambiando las tierras inglesas por las asturianas.
En ambos casos una central térmica ejerce de malo de la función, ésta se encuentra situada en el estuario del río Medway y genera energía para millón y medio millones de hogares.
La central se divide en cuatro unidades capaces de quemar carbón y petróleo, y concesión a los nuevos tiempos, también podrían aceptar hasta un diez por ciento de biomasa.
Y uso el condicional porque que sea capaz no significa que lo haga.
En el otoño de 2006 E.
ON –conocida por estos lares debido a la adquisición de Endesa- anunció que planeaba construir dos nuevas unidades dedicadas a la quema de carbón.
Por supuesto, la reacción de los movimientos vecinales y ecologistas no tardaron y convirtieron Kingsnorth en un símbolo de la lucha contra el cambio climático.
Durante el verano de 2008 se estableció un campamento junto a la central, protestas que contaron con el apoyo de científicos y celebridades de las que se mojan, como el actor Robert Redford.
Tenían poderosas razones: Los combustibles fósiles son una de las fuentes más potentes de emisión de carbono a la atmósfera.
Para entendernos, por cada unidad de energía que se obtiene al quemar carbón se emiten más CO2 que con la misma cantidad de gas o petróleo.
Los partidarios del carbón, por su parte, aseguran que éste es vital para la seguridad energética (invulnerabilidad a las fluctuaciones de los precios o complot de proveedores extranjeros) y para mantener la energía de las ciudades.
Y me pregunto: ¿Más importante que seguir contando con un planeta habitable? ¿Más importante que la supervivencia de la especie humana?La ampliación de Kingsnorth va a contracorriente pues los planes de las autoridades británicas prevén que en el año 2020 un tercio de la capacidad de generación ha de ser a través de energías limpias.
Antes del verano, el gobierno de aquel país anunció que no permitiría la construcción de nuevas centrales que tuvieran el carbón como materia prima a menos que cumplieran con ciertas exigencias técnicas de captura y almacenamiento de sus emisiones de carbono, una legislación que se irá endureciendo gradualmente hasta 2025.
Aún así, el movimiento ecologista desconfía del denominado Carbón Limpio y creen que es una excusa para hacer negocio pero sin resultados concluyentes.
Las protestas alcanzaron su punto máximo cuando un grupo de activistas de Greenpeace escaló la gran chimenea de la central con el fin de desplegar pancartas contra el cambio climático y escribir el nombre del destinatario en la propia chimenea: Gordon Brown, el Primer Ministro británico.
A pesar de que a la gente de Greenpeace se le acusa, en ocasiones, de hacer la guerra al margen del resto de organizaciones ecologistas, en este caso la coordinación funcionó a las mil maravillas: Para que el grupo de escaladores pudiera colarse en las instalaciones se llevó a cabo una manifestación de distracción… A eso se le llama trabajo en equipo.
Como sucede habitualmente, los activistas fueron detenidos y juzgados, se les acusó de causar daños por un valor de varios miles de euros.
La argumentación de la defensa se basó en que el cambio climático era una razón legal para sus acciones.
El juicio se convirtió en algo más que un litigio local y por el estrado pasaron técnicos climáticos de la NASA, un líder esquimal, científicos,… Ah, finalmente fueron absueltos.
El departamento de comunicación de la compañía intentó por todos los medios minimizar el daño de la campaña a su imagen pero es difícil estar en misa y repicando.
Y esas campanas que repicaban proclamaban que la central de Kingsnorth es sucia e ineficiente.
La decisión de ampliar y perpetuar esta situación llena de sinsentidos era un blanco fácil, aunque el blanco estuviera oculto por el gris marengo de sus emisiones contaminantes.
Vía
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