Seguimos con el balance provisional en el ecuador de la COP16.
Hace un año, la cumbre de Copenhague, como saben ustedes muy bien, “fue un desastre increíble“: se esperaba un acuerdo global que fuera legalmente vinculante sobre reducción de emisiones y todo lo que salió fue un acuerdo por el que los países “voluntariamente” se comprometían a ciertos objetivos.
Pues bien, en Cancún discuten, y no se ponen de acuerdo, por ahora, sobre cómo monitorear y verificar que tales objetivos se están cumpliendo.
A tenor de lo leído en Wikileaks, imagino que EE.
UU.
presiona para que China se deje auditar por la ONU, cosa que los chinos consideran una injerencia intolerable.
Un problema de los grandes y de los que claramente pintan como insolubles es que la vigencia del Protocolo de Kioto, que obliga a unas 40 naciones desarrolladas a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 5,2% respecto a los niveles de 1990, expira en 2012.
¿Qué hacer? Hay dos opciones: hacer un nuevo tratado que incluya a las economías emergentes como China e India, como desean Japón, México y Canadá; o, sencillamente, extender Kioto, como quieren las naciones emergentes y las más pobres (incluso la Unión Europea estaría dispuesta, de cumplirse ciertas condiciones).
Más fácil, a priori, parece la posibilidad de sellar pactos sobre transferencia tecnológica Norte-Sur a precios bajos y sobre protección de los bosques tropicales (aunque mucho ojo con eso, porque lleva las de ganar la opción del sistema de créditos por deforestación evitada, que podría conllevar la privatización de los bosques y que estos acabaran en manos de bancos, petroleras, mineras, ONG’s, etc).
Y lo que es a todas luces imposible es, desgraciadamente, lo que realmente necesita el planeta, lo volvemos a repetir: acuerdos vinculantes de reducción de emisiones para el Primer Mundo, y acuerdos vinculantes de limitación del crecimiento de emisiones para las economías emergentes.
Vía