De acuerdo con la American Psychological Association, los estadounidenses tienen una barrera psicológica, construida de incertidumbre, desconfianza y negación, que les imposibilita para actuar en contra del cambio climático.
Yo, humildemente, haría dos acotaciones a la conclusión de tan respetable institución: lo de la barrera psicológica de los negacionistas ya lo sospechábamos todos y -rompo una lanza a favor de estos ciudadanos- no es una patología que se limite a Estados Unidos, que en toda escalera española hay al menos un vecino que lo del derretimiento de los glaciares no termina de creérselo.
O peor aún: no le importa.
Siempre está bien, no obstante, que se insista en el tema.
Ahora quienes dirigen el cotarro saben qué factores tienen que tomar en cuenta a la hora de diseñar un mensaje que lleve al personal a tomarse en serio la protección del medio ambiente: incertidumbre frente al cambio climático, desconfianza del mensaje que científicos y políticos transmiten sobre sus efectos y negación de que tales efectos sean causados por actividades humanas.
Otro factor es la infravaloración del riesgo real.
Habrá quien sienta que aquello del deshielo le pilla muy lejos, quien no perciba una amenaza en la alteración de los patrones climáticos, el aumento del nivel de los océanos y la desaparición de los arrecifes de coral.
Hace poco os contamos que, según una encuesta, los estadounidenses colocaban el cambio climático en último lugar de la lista de los 20 asuntos más importantes.
Me pregunto en qué lugar quedaría si hiciesen una encuesta similar en España.
El estudio también señala que los hábitos son unos de los obstáculos más importantes para desarrollar un comportamiento pro medioambiental.
Ofrecer incentivos económicos, por ejemplo, puede ayudar a cambiar hábitos.
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