Del cielo cenizo de Londres a la lluvia de barro en Barcelona, Europa ha aprendido que la nube de polvo del Sahara puede recorrer grandes distancias.
Por ejemplo, los aproximadamente tres mil kilómetros que separan este desierto de las islas británicas.
La arena fue arrastrada por los vientos del norte, se mezcló con otras partículas de contaminación atmosférica sobre las ciudades y finalmente cayó con la lluvia, dejando un manto de barro visible.
Nada nuevo bajo el Sol.
En Asia, la arena del desierto de Gobi sopla hacia el este cada primavera.
Sobrevuela China, Corea del Norte y del Sur y Japón, incluso miles de kilómetros a través del océano Pacífico hasta la costa oeste de Estados Unidos.
Y desde África, sobre el Atlántico, hasta las islas del Caribe.
En 2013 la nube de polvo del Sahara provocó varias alertas en Puerto Rico y Cuba.
El avance de los desiertos del planeta son una amenaza silenciosa pero constante.
En el caso del desierto de Gobi, fortalecido por la agricultura intensiva, el gobierno chino ha intentado crear un «cinturón verde» de millones de árboles para frenar el avance de la desertificación, sin demasiado éxito.
Un estudio del 2011 de Atmospheric Chemistry and Physics estimó que más del 70% de las emisiones de polvo mundiales se originan en el norte de África.
Cuando la sequía es extrema en esa zona, las tormentas levantan partículas súper finas y los vientos Alisios las trasladan, no sólo del desierto sino también desde las explotaciones agrícolas del Sahel.
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