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22 marzo, 2020 7:21 pm

Un método para recolectar moco de ballena y la documentación del sexo oral en los murciélagos, entre los ganadores de los Ig Nobel

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Están los premios Nobel, que son entregados por el Rey de Suecia en Estocolmo (salvo el de la Paz, que es entregado en Noruega), y luego están los premios Ig Nobel, administrados por la organización Improbable Research y entregados en Cambridge.

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La diferencia entre unos y otros, además de las obvias, es que los últimos nos hacen primero reír y luego pensar (habrá a quien sólo le pase lo primero, lo que es absolutamente aceptable y, además, valioso).

He aquí los ganadores de los premio Ig Nobel de 2010, que fueron entregados el 30 de septiembre en un teatro de la Universidad de Harvard, y sus sólo aparentemente inútiles –todo se andará- investigaciones.

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En ingeniería, Karina Acevedo-Whitehouse y Agnes Rocha Gosselin de la Sociedad Zoológica de Londres, Reino Unido, y Diane Gendron del Instituto Politécnico Nacional, Baja California Sur, México, por perfeccionar un método para recolectar moco de ballena, utilizando un helicóptero a control remoto.
El premio de medicina fue para Simon Rietveld, de la Universidad de Amsterdam, Países Bajos, y Ilja van Beest de la Universidad de Tilburg, Países Bajos, por descubrir que los síntomas del asma pueden ser tratados con un paseo en montaña rusa.

En planeamiento de transporte, Toshiyuki Nakagaki, Atsushi Tero, Seiji Takagi, Tetsu Saigusa, Kentaro Ito, Kenji Yumiki, Ryo Kobayashi, de Japón, y Dan Bebber, Mark Fricker del Reino Unido (un trabajo en equipo, sin duda), por usar el moho del lodo para determinar las rutas óptimas para las vías del ferrocarril.
En física –tomad nota para los meses venideros-, Lianne Parkin, Sheila Williams y Patricia Priest, de la Universidad de Otago, Nueva Zelanda, por demostrar que, en los senderos subiertos por el hielo en invierno, los resbalones y caídas son menos frecuentes si se usan medias en la parte exterior de los zapatos.
En salud pública, Manuel Barbeito, Carlos Mathews, y Larry Taylor, de la Oficina de Seguridad e Higiene Industrial, en Estados Unidos, por determinar mediante un experimento que los microbios se adhieren a los científicos con barba.
El premio de economía fue para los ejecutivos y directores de Goldman Sachs, AIG, Lehman Brothers, Bear Stearns, Merrill Lynch y Magnetar, por crear y promover nuevas maneras de invertir el dinero, formas de maximizar la ganancia financiera y minimizar los riesgos financieros para la economía mundial, o para una parte de ésta.
¿Pilláis la ironía? En química, Eric Adams, del MIT, Scott Socolofsky, de la Universidad A&M de Tejas, Stephen Masutani de la Universidad de Hawai, y British Petroleum, por desmentir la vieja creencia de que el petróleo y el agua no se mezclan.
(Lamento disentir: no se mezclan, porque si lo hicieran sólo nos habríamos dado cuenta del vertido de petróleo en el Golfo de México gracias a los cadáveres de los animales intoxicados).
Alessandro Pluchino, Rapisarda, Andrea y Cesar Garofalo, de la Universidad de Catania, Italia, por demostrar matemáticamente que las organizaciones son más eficientes si se promueve al personal al azar.
El premio de biología fue para Libiao Zhang, Tan Min Zhu Guangjian, Ye Jianping, Hong Tiyu, Zhou Shanyi y Shuyi Zhang de China, y Gareth Jones, de la Universidad de Bristol, Reino Unido, por documentar científicamente la felación entre los murciélagos de la fruta.
(¿Una morbosidad o una evidencia de un comportamiento sexual que creíamos exclusivamente humano en otras especies animales?).
Y finalmente, el premio a la paz para Richard Stephens, John Atkins, y Andrew Kingston, de la Universidad de Keele, Reino Unido, por confirmar la creencia generalizada de que maldecir alivia el dolor (traducción propia, en caso de confusión).
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