Durante el invierno que acabamos de dejar atrás, mucha gente se preguntaba de qué calentamiento global estábamos hablando.
Todo el hemisferio norte tuvo nevadas y periodos de frío de una intensidad que no se había producido en décadas.
En Mongolia, cerca del 17% del ganado pereció.
En un país con 800 mil pastores nómadas -y poco menos de tres millones de habitantes, de acuerdo con la página oficial de turismo- la muerte de cerca de ocho millones de vacas, yaks, camellos, caballos, cabras y ovejas, cantidad que señala Naciones Unidas, es un golpe importante para el modo de vida nómada y para la economía mongol.
Los pastores ahora sin rebaños podrían migrar a las ciudades, con las consecuencias que ello podría implicar.
Ya ha pasado antes.
Tras los duros inviernos de 1999 y 2002, miles de pastores sin rebaños llegaron a Ulan Bator, la capital del país, y se establecieron en barrios sombríos en la periferia.
Naciones Unidas estima que esta vez podrían migrar 20 mil.
Un tercio de la población de Mongolia todavía depende enteramente de la labranza para sobrevivir.
Pero ante la perspectiva de que cada vez que un invierno intenso se produzca, traiga la muerte de miles de animales y el subsecuente cambio de vida de miles de familias, la pregunta es si se trata de un medio de vida sostenible.
Y hay otra variable: el impacto de los rebaños en la naturaleza.
El Banco Mundial ha advertido que si la población de cabras no se controla, no se detendrá la degradación de los pastos.
El 7% del territorio mongol es ya desértico.
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