Vuelven los dos chicos malos del cine americano.
Uno, redimido tras años de desmanes y mala vida.
La otra, a punto de entrar en una hipotética (o no tan hipotética) lista negra para no rodar con ningún director.
Sí, Mickey Rourke y Megan Fox unen esfuerzos en la cinta de Mitch Glazer, Passion Play, para dramatizar la salvación de un bala a manos de un ángel, en plenos años 50, y que intentará encontrar un distribuidor en el Festival de Toronto.
Toda una declaración de intenciones, supongo, aunque se salta esa pequeña cosilla de que la niña Fox, pese a tener un cuerpo espectacular, tiene una fama bastante negativa en lo que se refiere a su trabajo.
No, no recordaremos el asunto Transformers, pero la verdad es que ahí está.
Pero esto no tiene nada que ver con aquello, y esta cinta indie nos enseña como un viejo trompetista de jazz se enamora de una de las participantes en una feria ambulante, una chica con alas.
El reparto lo completa uno de los actores más polifacéticos de Hollywood, ese que hacía comedia y ahora es un actor dramático, Bill Murray, alguien que no figura entre mis preferencias, precisamente.
Vía
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La biografía de Chad Boyce que había muerto trágicamente en el set de la serie de televisión Los 100.