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Crítica: El Americano. Un artesano del plomo perdido en Italia

Lo que en principio podría parecer un proyecto intelectualoide o elitista al combinar al director Anton Corbijn con la novela de Martin Booth, no es más que un pasaje entretenido, pero muy tranquilo, en la vida de un asesino a sueldo.

George Clooney es el reclamo y la percha de un film de corte europeo, que bebe de la estética del cine negro para acomodar sus parámetros al decorado que propicia el pequeño pueblo italiano en el que transcurre la acción.

Jack es un asesino que tras un duro trabajo en Suecia decide que su próximo encargo será el último.
Dejándose llevar por el clima local del pueblecito italiano en el que espera ordenes, encuentra la amistad en el sacerdote local y el amor en Clara, una prostituta de la región con la que empieza a intimar.
Sin embargo Jack sabe que nada ni nadie debería apartarlo de su objetivo.
El ritmo con el que está filmado El Americano es el de una película que nada tiene que ver con los títulos a los que el género de asesinos a sueldo nos tiene acostumbrados.
Precisamente es ese cambio de aires que busca el protagonista lo que nos lleva con él a un viaje a una pequeña localidad italiana en la que por poner un ejemplo, el cura todavía va en motocarro.
Es el pasado del personaje el que le persigue y le atormenta hasta no dejarle disfrutar de sus nuevas amistades.
Sus huecos emocionales se hacen patentes cuando se interesa demasiado por su actual cliente, una mujer tan ducha en las armas como él mismo que le lleva a plantearse realmente si esa frialdad casi monástica que se le exige es lo que realmente quiere para sí.
Desde este punto de vista, la película es un exquisito regalo para la vista, fotografiada genialmente por Corbijn y dejando al espectado el espacio suficiente para rellenar con sus propias sensaciones los momentos de introspección del personaje.
Como película de espías, El Americano no termina de funcionar del todo, pero no por que cometa errores de bulto o no sepa desarrollar el material, ya que de ninguna manera es así, pero los precedentes de un género tantas veces mostrado en el cine nos hace esperar una historia más compleja.
Es por ello que a la hora de enfrentarnos a la película, tendremos que hacerlo sin ideas preconcebidas para poder disfrutar de la propuestas del director.
George Clooney una vez más vuelve a llevar la pantalla con su presencia, logrando desde la quietud más pasmosa, transmitir lo que lleva en la cabeza su personaje.
Sorprende por contraste la animada interpretación de Paolo Bonnacelli como el padre Benedetto, que parece estar salido de una película italiana de los años cincuenta.
Las dos mujeres que circundan por distintos motivos al americano, están igualmente correctas en sus personajes aunque como suele ser habitual, no nos cuesta trabajo creer que todas pierdan la cabeza por el protagonista.
La fotografía es algo a tener en cuenta en una película de Anton Corbijn ya que es un arte del cual ha sido profesional gran parte de su carrera.
Desde el acertado contraluz en el que deja caer los créditos iníciales hasta los imposibles cenitales con los que de vez en cuando nos sorprende es de recibo decir que El Americano es un disfrute total en el apartado visual.
Si algo hay que reprocharle al director es la elección de una música demasiado evidente.
Utilizar a estas alturas la canción La Bambola en un prostíbulo es, como dirían en Alta Fidelidad, tan obvio como poner la quinta sinfonía de Bethoven en el número uno de tus canciones preferidas, y no hablo ya de utilizar de soslayo el Tu vuo fa l’americano de Renato Carosone, ahora tan de moda gracias a una oportuna remezcla, que nos hace pensar más en las conspiraciones que en las coincidencias.
La película no satisfará a una audiencia que vaya al cine en busca de emociones fuertes, pero tanto los seguidores de Clooney como los amantes del cine reflexivo están de enhorabuena.

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