A veces lo único que te apetece, después de estar hasta la porra del mundo en general, es dar un portazo y marcharte al único sitio donde fuiste feliz en tu infancia: Al pueblo.
Y si allí están los amigos de toda la vida, mejor que mejor.
Daniel Sánchez Arévalo lo sabe mejor que nadie, y eso es lo que nos muestra en su nueva película, una comedia española que hay que recomendar hasta la extenuación: Primos.
Hace ya tiempo para mi que la comedia española tenía nombre y apellido: Borja Cobeaga.
Tanto Pagafantas como No Controles han sido dos puntos de guía que mirar, hasta el punto de no saber si este género podía dar mucho más en el cada vez más académico cine español moderno.
Hasta que Sánchez Arévalo ha aparecido, se ha sacado una comedia modélica de la manga y nos ha hecho reir a todos con una película tan divertida como (conscientemente) previsible.
De hecho, quizá lo peor de Primos sea su campaña promocional, que no capta en absoluto el alma del filme, el de tres primos, cada uno con sus individualidades y sus inseguridades, que se unen para volver al pueblo donde crecieron y cambiar su vida para siempre.
El clásico viaje del héroe seguido punto por punto, pero con gags que funcionan y que harán reír a todo el que vaya a verla.
Eso sí, que nadie se espere chistes soeces o muy duros: Lo de Primos es un humor suave, pero efectivo.
El filme empieza cuando Diego se encuentra con una iglesia llena solo con sus invitados y con la novia sin aparecer, ya que le ha dejado cinco días antes.
Harto de esperar a que se arrepienta, decide ir al pueblo con sus dos primos a ver a Martina, su amor de infancia.
A partir de aquí, ocurre un cúmulo de desgracias, gags e historias entrecruzadas que solo pueden acabar como acaban: Con un buen sobao pasiego.
Los personajes, todos, funcionan a la perfección, desde José Miguel, el primo miedoso que no puede vivir sin su novia y sus pastillas, hasta Julián, el primo canalla con buen corazón deseoso de juntar al antiguo dueño del videoclub del pueblo, Bachi, con su hija, una supuesta puta que tiene algunos de los diálogos más incisivos del filme.
Todos tienen algo que aportar y no falla ninguna de sus historias, consiguiendo un casi perfecto balance entre interés de la historia y tiempo gastado en ella.
Pero Primos no solo es una película de personajes.
Es también una película de situaciones inolvidables: José Miguel comprendiendo su situación con su novia Toña, el demoledor inicio en la iglesia, el nada emocional reencuentro de Bachi con su hija Clara, el monólogo del sobao, Julián en el puticlub, la cucaña, el perro saltando, dos personajes cogiéndose de la mano dándose fuerzas delante de una atracción de feria.
Eso es Primos: Una comedia tan amable como inolvidable.
Por su parte, los actores hacen un trabajo de Goya, especialmente Raúl Arévalo, que muestra un espectacular cambio de registro tras su papel en Gordos, el anterior filme del director, y Adrián Lastra, al que merece la pena seguir el rastro.
Todos, desde Clara Lago hasta Antonio de la Torre o Quim Gutiérrez bordan sus papeles, resultando quizá algo más distante Inma Cuesta, pero es un aire que a su personaje le viene bien.
Pero claro, por supuesto Primos no es la película perfecta.
Su previsibilidad es un arma de doble filo: Mientras que de esta manera se ayuda a que la gente se fije más en los gags, también ayuda a poder desconectar en cualquier momento.
De hecho, a veces parece que el filme incite a ello, repitiendo algunos momentos de las tramas y dándoles muy poco avance.
Además, por bueno que sea el filme, sí es cierto que a veces se echa de menos un poco más de mala leche y de dejar que el espectador piense por sí mismo.
Por ejemplo, hay un monólogo de Diego delante de la tumba de sus padres que resulta una trampa de guión demasiado obvia: Si no tienes a nadie a quien explicarle cómo te sientes, hazlo delante de una tumba en lugar de expresarlo con una mirada o con tus actitudes.
Pero son fallos menores que pueden perdonarse y se diluyen en la película sin problemas.
Hay quien se queja de que Sánchez-Arévalo se ha dejado llevar por el precioso paisaje de Comillas para hacer un paseo turístico, al estilo de Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona, pero nada más lejos de la realidad.
Al contrario que el director norteamericano, Arévalo usa el paisaje para ilustrar una historia, y no usándola como pretexto para enseñar el pueblo en cuestión.
En resumen: Una notable película española que quedará tristemente relegada al fracaso por la llegada esta semana a la cartelera de 127 Horas, Enredados y The Fighter.
Crónica de un suicidio anunciado.
Al menos lo han intentado.
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