La premisa de 127 horas es la candidata perfecta a un estrenos TV en toda regla.
Una historia sencilla de contar centrada en el drama que supone el accidente sufrido por Aron Ralston y con el espíritu de superación que el protagonista de la historia ha demostrado desde que salio de aquella grieta del desierto de Utah, podría caer en el saco de la ñoñería y la lagrima facil.
Sin embargo, en manos de Danny Boyle y de su equipo, 127 horas se convierte en 85 minutos de tensión, alucinaciones, complicidad y angustia existencialista.
Aron Ralston decide descender por los barrancos del desierto de Colorado acompañado con su bicicleta, su mochila y muchas ganas de quemar adrenalina.
Por el camino hacia su destino conoce a dos desorientadas y jóvenes montañeras a las que enseñará como disfrutar de la escarpada naturaleza de la zona haciendo uso de sus bastos conocimientos del terreno y sus habilidades como barranquista.
Poco tiempo después de proseguir su camino en solitario, decide descender por una grieta poco profunda cuando por un descuido se precipita al vació acompañado por una roca que ira a encajarse entre las paredes y su mano derecha.
Tras intentar inútilmente mover la piedra para salir de esa situación, no tardará en llegar a la conclusión de que le esperan por delante varias jornadas sin provisiones ni ropa de abrigo, al mismo tiempo que descubre que la mano presa bajo la roca no está recibiendo el vital riego sanguíneo.
Su preparación como ingeniero industrial le será de ayuda en la búsqueda de alternativas ante una muerte segura.
Lo que diferencia la obra del autor frente a posibles interpretaciones hechas por otros creadores menos vanguardistas, es que a pesar de tratarse de una historia minimalista, con un actor en un único decorado, tenemos oportunidad de entrar en la cabeza de Ralston y acompañarle con el durante sus sueños febriles, sus alucinaciones y sus anhelos de libertad.
El estilo de Boyle se ajusta una vez más a este viaje a lo peor y lo mejor del ser humano, utilizando ironías visuales inimaginables en manos de cualquier otro realizador.
También encontramos que el tono buscado por el director elude el dramatismo para mostrarnos la situación acentuando los pocos momentos divertidos demostrando que para plasmar en pantalla un hecho horrible no hace falta retorcerlo aún más.
Sin embargo advierto que cuando el protagonista decide que su única salida es dar por perdida su extremidad, el realizador no tiene reparos en mostrar con detalle un momento que hará que toda la audiencia se retuerza en su butaca.
La fuerza con la que funciona esa escena es el resultado del trabajo previo con el que hemos empatizado con un personaje en el que nos podemos reconocer fácilmente, debido entre otras a ese recorrido por el pasado y el futuro en potencia que hacemos junto a él durante su confinamiento.
La humanidad que transmite James Franco en sus papeles dramáticos a estas alturas no es un descubrimiento, pero en este caso resulta desbordante por la cercanía mental y física a la que nos somete la narración.
La labor documental que realiza el protagonista con su cámara de vídeo, nos acerca si cabe mucho más a todo lo que pasa por su cabeza, haciendo patente que en situaciones extremas todos tenemos los mismos referentes y las mismas necesidades.
Danny Boyle sigue explorando al ser humano, sometiéndolo casi a un estudio al microscopio en esa ración de claustrofobia antropológica.
Advertido queda el público que interesado en la obra de este director salga corriendo a disfrutar de su nueva película.
Si en su momento no tuvo reparos en mostrarnos los excesos de las drogas en el cuerpo humano o la crueldad de las mafias de Bombay, podréis imaginar que en las escenas más descorazonadoras de la película no ha puesto reparos en transmitirnos todas las sensaciones posibles con los recursos que le brinda el medio en el que ya le podemos considerar un autor.
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