Sigo pensando que el buen cine de género se hace con poco presupuesto y soluciones imaginativas para las escenas más complejas.
Stake Land es otra de esas propuestas que pasan desapercibidas para el gran público y que sólo pueden verse en pocas salas, y poco tiempo.
Su director es Jim Mickle, que hace unos años presentó Mulberry Street, otra cinta del género de terror, algo que parece ser muy del gusto de este realizador.
Lo bueno de esta película es que retoma la figura del vampiro, pero como ha de ser, con monstruos surgidos del averno con sed de sangre y una manera poco elegante y sofisticada de conseguirla.
Sí, parece que la figura del monstruo legendario que se alimenta de sangre vuelve a ser peligrosa y temible.
Y sobre todo, salen de noche y dan miedo, no el repelús al que nos ha acostumbrado Robert Patinson y sus compañeros.
La trama nos sitúa en un mundo post-apocalíptico, en el que los vampiros campan por sus anchas y cazan a los pocos humanos que quedan vivos.
Un joven acaba bajo la protección de un rudo cazavampiros, armado con todo tipo de armas, incluyendo las inevitables estacas.
A ellos se une una monja en plena crisis de fé.
Cosa bastante lógica, teniendo en cuenta la situación que les toca vivir.
Así que en esta película tendremos vampiros sanguinarios, que casi recuerdan más a los zombis de moda ultimamente, mucha sangre y una historia de supervivencia con mucha acción y escenas donde la hemoglobina tendrá más protagonismo que los propios actores.
Lo que debería ser una película con vampiros siempre.