Esta semana hemos podido disfrutar de uno de los mejores episodios de Fringe en lo que a la investigación semanal se refiere.
Y, posiblemente, el mejor de esta segunda temporada.
Y es que, desde su retorno hace algunas semanas, la serie se había centrado en la trama más profunda de los dos universos y el pasado de Walter.
Algo que habíamos agradecido ya que permitía darle más profundidad y complejidad a los personajes y sus relaciones.
Pero lo cierto es que quizás esas historias más complejas eran necesarias por la superficialidad que habíamos visto en los casos últimamente y no solo para hacer avanzar la serie.
Porque este episodio demuestra que un buen caso puede ser igual de entretenido para un episodio de Fringe que las historias de Massive Dynamics, Walter, Williem Bell y compañía.
El problema es que a menudo el caso semanal no está a la altura.
Pero esta vez el resultado es un verdadero éxito.
Todo empieza de manera “normal” (para Fringe se entiende…) cuando un hombre aparece (literalmente) en un vagón de tren matando, sin que se sepa cómo, a todos los pasajeros.
Al seguirle la pista, Olivia y los demás llegan a su casa y, mientras están investigando, aparece.
Pero tal y como ha llegado…se va.
Y volvemos a ver el caso desde el principio.
Bueno lo volvemos a ver de manera algo más acelerada y desde el punto de vista de la gente que no habíamos visto.
Un acierto de puesta en escena y montaje de los responsables que, gracias a algunos guiños y cambios, hacen que el resultado sea de lo más ameno.
Pero en esta “nueva versión”, el FBI consigue saber que Alistair Peck (que así se llama el individuo) es un profesor del MIT que ha conseguido encontrar la manera de viajar en el tiempo para intentar salvar a su mujer que murió en un accidente unos meses atrás.
Y lo localizan en un laboratorio del MIT.
Pero, antes de intentar cogerlo, envían a Walter para convencerle de parar.
Asistimos entonces a una interesante y emotiva conversación entre Peck y Walter sobre el papel de la ciencia y los límites que no se debe cruzar.
Desgraciadamente, el FBI decide intervenir y Peck vuelve a viajar al pasado…una tercera vez.
En esta nueva versión, el FBI lo encuentra en su casa, y esta apunto de cogerle.
Pero, de nuevo se escapa.
Y esta vez consigue viajar al día en el que su mujer murió.
Y llega a tiempo para impedirle que coja el coche con el que se mató.
Pero, después de decirle que la quiere, un coche…les enviste a los dos.
Y los mata.
Y allí parece acabar todo.
Si no es por una nota que Peck ha dejado a la responsable del MIT.
Una carta que tiene que enviar a Walter y que no es más que…una tulipa blanca.
Es decir el título del episodio y el símbolo que Walter ha pedido para tener la fuerza de hablar con Peter y que le cuenta a Alistair durante su conversación.
Pero como Alistair ha vuelto al pasado y ha muerto, Walter recibe el sobre sin conocer de quién viene ni la razón por la que lo recibe.
Un gran episodio en el que el uso, tan abusivo hoy en día, de los bucles temporales y otras paradojas de la ciencia (sí, pensamos en Lost…) están muy bien dominados.
Todo ello montado de manera justa y emotiva.
En definitiva, uno de los mejores capítulos de Fringe.
De los que nos gustaría tener cada semana.
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