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30 marzo, 2020 6:15 pm

Boss, el reencuentro con Kesley Grammer al otro lado del diván

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Las series sobre política no suelen ser demasiado populares.
Algunas tienen, sí, algo de serie de culto, y acaban recalando en ese extraño lugar donde atesoramos las que más nos han gustado y a las que volvemos de vez en cuando para revisitarlas.

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No voy a nombrar ninguna, porque todos tenemos ese lugar lleno de interesantes propuestas.

Boss es una más que bien podría ocupar un lugar allí.
Su principal protagonista es Kesley Grammer, que ya tiene alguna serie en ese inmaterial cajón de series.

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Pero quien busque en esta serie algún resto de su anterior carrera como cómico, puede ir olvidándose.
Esta es una serie dura, que no da concesiones y que no ofrece paz al espectador.
El personaje principal es el alcalde de la ciudad en Chicago, y eso no pinta bien.
Las carreras políticas son terribles en ese país, donde se sacan trapos sucios y las puñaladas traperas son el plato habitual en un tipo de historias que son mucho más duras de los que han querido hacer pensar en las series que tocan estos argumentos.

Y Boss es, desde luego, de las más realistas en ese aspecto.
El alcalde de Chicago está enfermo.
Le acaban de diagnosticar una terrible enfermedad degenerativa que acabará con su vida en unos tres años, pero antes, hará estragos en su carrera política.
Todo lo que tenía pensado hacer desde su sillón, tiene que hacerlo ya.
Dejar la alcaldía con honor, y siendo recordado como el hombre que hizo prosperar su ciudad, al que sus convecinos aman y respetan.
La carrera hacia el puesto de Gobernador es imposible para él, pero no para algún cachorro que lo intente bajo su ala, y eso es lo que va a conseguir con un joven candidato, Alex Zajac (Jeff Hephner), tras retirar su apoyo a su amigo y candidato hasta el momento, el más veterano Mc Call Cullen (Francis Guinan).
Las cosas se complican en las duras aguas de la política local, con todos los tejemanejes que van surgiendo en Chicago, que acaban llegando hasta el despacho del alcalde y que no le permiten bajar la guardia ni un solo momento para dejar su nombre como uno de los más populares que han ocupado ese despacho.
Y mientras tanto, ni la familia ni los colaboradores del alcalde sospechan que algo ocurre con su salud.
A excepción, quizás, de Kitty O’Neill (Kathleen Robertson), la asistente personal del político, que se fija mejor en él.
Ni su mujer, Meredith (Connie Nielsen) ni su hija, una religiosa que vive apartada de la vida de su padre y que es la única que alcanza a ver la gravedad de su estado, interpretada por Hannah Ware.
Es el drama político de la temporada, una serie contundente que no sé yo si pondrá al alcalde Tom Kane en el pabellón de ilustres de Chicago, pero seguro que Grammer se convierte en un actor mucho más potente y reconocido de lo que ya es.
Su personaje es duro, brutal y no pide prisioneros en su particular guerra.
Esperemos que cuaje y tengamos una larga relación con él.

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