Es curioso lo que está ocurriendo con Los Misterios de Laura.
Se trata de una serie de las clásicas, con un argumento episodico muy sencillo.
Una inspectora de policía muy sagaz, crímenes de salón con un grupo de sospechosos muy cerrado y una serie de deducciones, muchas veces algo inverosímiles, que llevan a la identificación del culpable y su detención, tras una explicación sobre sus investigaciones, todos sentados en un salón.
Clásico, pero efectivo.
En esta ocasión, la inspectora Lebrel se enfrenta a un asesinato en un convento de clausura, donde un monje es asesinado antes de que rompiera su voto de silencio y diera a la policía una información bastante importante.
María Pujalte, ayudada por su compañero Martín (Oriol Tarrasón) se introducirá en ese extraño mundo monacal y tendrá que aplicarse al máximo para saber qué ha sucedido.
El episodio anterior, en el que la inspectora Lebrel descubría al culpable de la muerte de un mago famoso, obtuvo unos resultados magníficos.
Algo más de 3,28 millones de espectadores estaban atentos a la programación de la Uno de Televisión Española, consiguiendo un pico de 19,9 % de share.
Unas cifras más que remarcables con la competencia que hay la noche de los lunes, en la que el clasicismo parece estar ganando.
Personalmente, disfruto mucho con esta mezcla entre la Señorita Marple, Colombo y Se ha Escrito un Crimen, un género, el detectivesco, que no acaba de pasar de moda y que siempre tiene la frescura necesaria para engancharnos.
Aunque no tenga esas rebuscadas y fantásticas tramas que otras llevan por bandera, convencen.
Y es que, a lo mejor, en la sencillez está el truco.
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