Los seguidores del Detective estamos de enhorabuena, pero eso ya lo sabíamos.
Sherlock se ha convertido en una serie que nos mantiene en vilo semana tras semana.
Claro que, con tres episodios por temporada, nos quedamos con ganas de más.
Pero la versión de la BBC, creada por Steven Moffat y Mark Gatiss, tiene algo que la versión cinematográfica, la de Guy Ritchie con Robert Downey Jr y Jude Law no tiene.
Pese a estar ambientada en la actualidad, cada episodio de la serie es una puesta al día de un caso de los escritos por Sir Arthur Conan Doyle, hace más de un siglo.
Si Estudio en Escarlata reunía a Sherlock con Holmes, en la tele los personajes de Benedict Cumberbacht y Martin Freeman se encontraban en el episodio de presentación, Estudio en Rosa.
Esta semana hemos podido ver el segundo episodio de esta también segunda temporada, 90 minutos donde se ha revisado El Perro de los Baskerville y se ha hecho de manera, otra vez, genial.
En este caso, el episodio se ha llamado The Hounds of Baskerville, y con la base tan inamovible como en los episodios anteriores, ambos creativos han jugado hasta darle un significado totalmente distinto.
Para comenzar, en este episodio, nos encontramos con un guiño que a mí, personalmente, me ha parecido genial.
Se trata de la presencia del actor Russell Tovey, que además de ser uno de los secundarios más recordados de la etapa de David Tennant en Doctor Who, es George, el licántropo de Being Human.
Y en este episodio, hace de rico heredero perseguido por la presencia de un gigante sabueso infernal.
La interpretación de este joven actor es, como siempre, impecable.
La imagen de joven y aterrorizado cliente de Holmes le da pie a ir desde un registro bastante apocado hasta el histrionismo propio de una persona en mitad de un ataque de histeria.
Y sale airoso del reto.
En cuanto a la historia, igual que la obra original, traslada la acción hasta la campiña inglesa, aunque el nombre de Baskerville no está relacionado con la familia de rancio abolengo de la que proviene el cliente, sino que es el nombre de una base militar secreta en la que se trabaja y experimenta con animales.
Sherlock y John utilizan un pase “traspapelado” por Mycroft, jefe del servicio secreto británico (Holmes dice aquí lo mismo que en la película, por cierto “En ocasiones, él es el gobierno”) para meterse dentro, y consigue averiguar varias cosas.
Cosas que no comparte con Watson, pero que le van encaminando hacia la resolución del caso.
El misterio se va acentuando, y el propio Watson es víctima del misterioso sabueso, cuando vuelven a los laboratorios secretos gracias a la intervención de un resignado Mycroft y es atacado por el monstruo.
Y justo entonces, aparece Sherlock, salvando la vida al buen doctor.
O eso es lo que parece.
Finalmente, tal y como esperamos, todo es fruto de un elaborado plan para confundir al joven cliente del detective consultor y consiguen solucionar el caso, con un poco de imaginación, algo de suerte y mucha deducción.
Como aliciente, está bien observar como se comporta Sherlock, siempre inalterable, cuando cree ser testigo de la presencia de ese animal sobrenatural.
Descubrimos a un Holmes que es tan humano como el resto, que tiene unas cualidades deductivas excepcionales, pero que se pone nervioso y llega a dudar de sus sentidos.
Hasta que se le pasa el efecto del gas alucinógeno, y comienza a atar cabos.
Bueno, menos da una piedra.
En el siguiente episodio, Holmes volverá a enfrentarse a Moriarty, y quizás ninguno de los dos salga vivo del encuentro.
O todo sea, como ha de ser, un engaño del Detective para permanecer en las sombras y volver cuando le venga mejor hacerlo.
Como ha sido siempre.
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