Robert Wade, originario de Australia y nacido en 1944, se estableció como una figura clave en el estudio de la economía del desarrollo hace dos décadas, gracias a su brillante interpretación del fenómeno de los tigres asiáticos, especialmente en su análisis sobre Taiwán en la obra «Dirigiendo el mercado».
Este aporte le valió el reconocido premio Leontief en 2008. Actualmente, desde su posición en la London School of Economics, investiga las implicaciones económicas y geopolíticas que surgen de la aparición de un mundo multipolar y fragmentado.
La próxima reunión del FMI y el Banco Mundial en Washington coincide con el 80 aniversario de las instituciones de Bretton Woods.
A la par, se llevará a cabo la cumbre de los BRICS en Rusia. ¿Puede decirse que, en comparación con 1944, Estados Unidos está perdiendo influencia? ¿Asumirán los BRICS este papel?
Se habla ampliamente de la fragmentación del orden global, así como de fenómenos como la desglobalización y la desdolarización. Aunque reconozco que existen tendencias hacia esta fragmentación, es fundamental recordar que también hay aspectos que permanecen inalterados. Por ejemplo, en cuanto a la desdolarización, tengo la firme convicción de que, dentro de un siglo, no habrá una moneda nacional que tenga tanto peso como el dólar en la actualidad. De modo que la desdolarización se manifestará, aunque aún está lejos de concretarse, a pesar de los esfuerzos de China y Rusia por establecer alternativas. La cumbre de los BRICS en Rusia seguramente generará mucho debate sobre este tema. Rusia tiene un fuerte interés en la creación de sistemas de pago que no dependan del dólar, aunque los avances en este sentido han sido limitados. Mientras el dólar siga siendo la moneda de reserva global, mantendrá un poder significativo en el ámbito internacional, no solo en lo económico y financiero, sino también en términos militares, al utilizar su influencia sobre divisas y activos financieros para lograr beneficios en este campo.
El poder de Estados Unidos ha cambiado desde la creación del FMI y el Banco Mundial en 1944. Sin embargo, es crucial no caer en la trampa de señalar únicamente las transformaciones y perder de vista lo que se mantiene constante. Se ha comentado sobre el aparente declive de EE.UU. y el crecimiento de Asia. Autores como Kishore Mahbubani, desde Singapur, han dedicado obras enteras a analizar el descenso estadounidense frente al ascenso asiático. No obstante, en 2022, el Servicio de Investigación del Congreso de EE.UU. emitió un breve informe sobre su política exterior donde, en solo dos páginas, detalla la estrategia de Washington para evitar que cualquier otro país desafíe su liderazgo. En este documento, se subraya que Eurasia es la región crítica y que Estados Unidos debe, como prioridad esencial, asegurarse de que ningún Estado logre establecer su dominación allí.
¿Se plantea de una manera tan directa y clara?
Es cierto que no se aclara en detalle qué se entiende por Eurasia, pero se puede inferir que se abarca desde el Canal de la Mancha hasta Vladivostok. Además, se menciona que este debería ser el enfoque principal para mantener la seguridad nacional de Estados Unidos intacta. Posteriormente, el documento ofrece sugerencias sobre cómo distribuir sus recursos militares para asegurar este propósito. Esto resulta bastante intrigante, ya que posiciona los medios armados como esenciales para preservar su dominio global. En contraste, China adopta un enfoque diferente, basado en la creación de alianzas económicas en lugar de una hegemonía militar.
Tanto Estados Unidos como China persiguen metas similares, aunque emplean tácticas dispares para lograrlas. Mientras que EE.UU. se apoya en una estrategia militar que incluye alrededor de 800 bases por todo el planeta, China únicamente cuenta con una base en Yibuti y posiblemente establezca otra en Corea del Norte. Sin embargo, la inversión china en infraestructuras, como una red de transporte que conecta Asia con Europa, tiene como objetivo posicionar al país como un centro económico, transformando eventualmente su influencia económica en poder político. Considero que esto es crucial en la dinámica actual.
Por otro lado, no se puede afirmar que Estados Unidos esté en un proceso de declive. Tal afirmación resulta, desde mi perspectiva, bastante engañosa. Existe una paradoja entre la narrativa sobre el supuesto declive de EE.UU. y Occidente frente al crecimiento de Asia. Estados Unidos todavía cuenta con ventajas significativas: es el principal productor de petróleo y gas natural a nivel global, presenta una demografía más favorable que la de Europa y Japón, y es cultural y lingüísticamente homogéneo.
A pesar de que su participación en el PIB global y en el comercio ha disminuido, la estructura de poder militar se sostiene en fortalezas y alianzas, mientras que China se orienta hacia la creación de lazos económicos.
La economía estadounidense ha experimentado ciertas reducciones, aunque de forma moderada. Actualmente, su contribución al PIB global es cercana al 25%, mientras que su proporción en la población mundial se sitúa alrededor del 4%. Esta situación evidencia una notable desigualdad entre la economía y el número de habitantes. Por otro lado, China representa aproximadamente el 17% de la población mundial y, según diversos métodos de cálculo, su parte en el PIB global sería del 20%.
Un aspecto crucial a considerar es la influencia de las empresas extranjeras que operan en territorio chino. Los retornos financieros generados por estas operaciones tienden a beneficiar desproporcionadamente a Estados Unidos en lugar de China. Mientras que el trabajo y los salarios se generan en China, las ganancias se dirigen a EE.UU. Este fenómeno se observa de manera clara con los teléfonos de Apple.
En el listado Global 2000 de Forbes, que clasifica a las 2000 compañías más influyentes del mundo en 25 sectores económicos, se efectúa un análisis del reparto de beneficios entre países dentro de cada sector. Desde 2008 hasta la fecha, Estados Unidos ha sido el principal receptor de beneficios en 19 de estos 25 sectores. Por lo tanto, la afirmación de que EE.UU. está en declive se complica y depende de las medidas empleadas.
En términos de instituciones multinacionales como el FMI, ¿sigue Estados Unidos en una posición de liderazgo?
Sí, efectivamente. Es notable que tanto el FMI como el Banco Mundial continúan bajo un dominio estadounidense, incluso en 2024. La falta de reformas en la gobernanza deseadas por los países en desarrollo se debe fundamentalmente a esta hegemonía del Tesoro de EE.UU. Asimismo, el por qué de los problemas en la Organización Mundial de Comercio (OMC) se atribuye en gran medida al dominio de Estados Unidos.
Si observamos que la influencia del FMI, del Banco Mundial y de otras entidades de Bretton Woods está en declive, ¿podemos verlo como un signo de que el poder estadounidense se está debilitando?
La política relacionada con la deuda de naciones en vías de desarrollo es determinada por el Tesoro de Estados Unidos.
Definitivamente. Sin embargo, esto no implica que Estados Unidos haya perdido su posición dominante. Las instituciones alternas establecidas por China aún no han llegado a competir con el FMI. Un ejemplo de ello es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras y el banco de desarrollo fundado por los BRICS. Estos organismos fueron creados, con propósitos no del todo evidentes, para ofrecer a los países en desarrollo una plataforma desde la cual pudiesen confrontar al FMI y al Banco Mundial, especialmente considerando los problemas de deuda que enfrentaban y su escasa influencia sobre cómo estas instituciones manejaban esos asuntos. La toma de decisiones estaba, en gran medida, en manos del Tesoro estadounidense. Así, el objetivo implícito de China y de las naciones en desarrollo era desafiar el dominio occidental en las organizaciones de Bretton Woods, aunque hasta el momento no lo han conseguido.
China ha logrado incrementar su influencia en el FMI gracias a las reformas impulsadas entre 2015 y 2017, conocidas como la Fórmula Dinámica. No obstante, su participación sigue siendo inferior a lo que correspondería según su PIB. A la par, la geopolítica parece haber cambiado de rumbo, ya que en el discurso occidental China ha pasado a ser considerada abiertamente como un competidor, e incluso un adversario. ¿Qué impacto tendrá esto en la capacidad de China para integrarse en plataformas multilaterales, tanto financieras como comerciales?
Tengo la impresión de que el gobierno chino está buscando manejar simultáneamente dos enfoques diferentes. Por un lado, sus representantes, como los altos ejecutivos del Banco Mundial y del FMI, suelen mostrar una gran disposición a colaborar. Se relacionan con otros directores, incluidos los de Estados Unidos, desde una postura favorable hacia la cooperación. No adoptan una actitud hostil, lo que probablemente responde a las directrices de Pekín y al perfil de las personas que eligen para esos roles. Eso es un aspecto.
Por otro lado, está la ambiciosa estrategia que Pekín está implementando rápidamente con el objetivo de asignar recursos para fortalecer significativamente su influencia en Eurasia. Esto incluye, por ejemplo, el desarrollo de extensas redes ferroviarias que se proyectan a largo plazo. Además, los chinos están estableciendo instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo de los Balcanes Occidentales, al tiempo que fomentan marcos de cooperación regional, buscando que muchos países asiáticos se adhieran a estos acuerdos, excluyendo, por supuesto, a Estados Unidos. Paralelamente, están realizando operaciones militares bastante desafiantes en el Mar del Sur de China y en relación con Taiwán, lo que hace que su estrategia sea realmente complicada.
En un contexto más amplio, parece que las iniciativas de Estados Unidos, a raíz de la caída del Muro de Berlín, para establecer una economía neoliberal global, respaldada por un consenso entre la élite política y los medios, lo que se podría llamar el ethos de Davos, no han tenido éxito.
Se alude a la noción de que «la Tierra es plana», propuesta por Thomas Friedman, un columnista del New York Times. Según esta idea, los países en vías de desarrollo tienen la oportunidad de beneficiarse del crecimiento occidental al acceder fácilmente a sus mercados y tecnologías, lo que sugiere una homogeneidad global. China ha sacado un gran provecho de esta filosofía, así como del concepto del «fin de la historia» propuesto por Francis Fukuyama. La apertura de los mercados de Occidente a China en el año 2001 representó un hito significativo para el país asiático. China logró posicionarse y mantenerse como nación en desarrollo, lo que le dio acceso a múltiples beneficios y concesiones, algo que ha irritado a los estadounidenses. Esta es una de las razones de la creciente hostilidad de Estados Unidos hacia la OMC. En el ámbito tecnológico, China ha avanzado considerablemente: de 64 sectores de alta tecnología, 54 están actualmente dominados por empresas chinas. Desde la cumbre climática de París, en un breve periodo de solo nueve años, el país ha monopolizado toda la cadena de suministro global de tecnologías ecológicas, abarcando desde los metales para baterías hasta los paneles solares y la energía eólica. Este dominio ha generado tensiones no solo con Estados Unidos, sino también con Europa.
¿Podría esta reacción marcar el declive de la globalización?
Si examinamos la relación entre las exportaciones y el PIB a nivel global, podemos observar que desde aproximadamente 2010, tras la crisis financiera, ha habido una leve disminución. Sin embargo, esta disminución no es tan significativa. Hablar sobre la globalización ilustra esta tendencia de enfocarse únicamente en lo que cambia, dejando de lado lo que permanece constante. Aunque el comercio internacional ha experimentado un descenso, este no es tan pronunciado.
En otro orden de ideas, el gobierno bajo la dirección del Presidente Xi parece decidido a utilizar las exportaciones como motor de la demanda para la producción nacional. Los chinos están implementando un vasto plan de estímulo productivo con el propósito de revitalizar su economía, pero optan por centrar su mirada en la demanda externa en vez de la interna. Xi muestra una clara reticencia hacia el fomento de la demanda dentro del país. Adicionalmente, es probable que China se esfuerce por garantizar su acceso a los mercados occidentales, recurriendo a diversas estrategias, algunas de ellas encubiertas.
Por otro lado, la creciente influencia de los sectores más críticos hacia China en EE.UU. y Europa podría generar conflictos con empresas como Apple y Tesla, que han aprovechado las oportunidades que ofrece el mercado chino para su propio beneficio.
Este tema resulta verdaderamente intrigante y, para ser sincero, me deja sin palabras. Comúnmente se asegura que la política en Estados Unidos está dominada por los intereses del uno por ciento más adinerado, una idea que se ilustra en la obra de Martin Gilland, «Affluence and Influence». Sin embargo, ni Trump ni Biden parecen estar respaldando a gigantes como Apple en sus políticas. El impulso detrás de la estrategia para contener a China proviene de Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional. Él fue quien presentó la iniciativa industrial de Biden, orientada a fortalecer la producción tecnológica en el país mediante subsidios generosos y aranceles sobre productos importados. Esto parece ir en contra de los intereses de empresas como Apple y otras muchas que dependen de las transacciones en el mercado chino. Actualmente, parece que las prioridades son la seguridad nacional y la defensa, incluso en detrimento de empresas como Apple y otras.
La seguridad nacional predomina sobre las prioridades empresariales de gigantes como Apple.
En el marco del creciente conflicto geopolítico, Estados Unidos está limitando el acceso de China a chips avanzados provenientes de Taiwán, intentando contener su avance tecnológico. ¿Piensa usted que esto intensificará aún más las tensiones entre Taiwán y la República Popular China?
Existen estrategias que podrían no ser consideradas como invasivas, como es el caso de un bloqueo, entre otras posibilidades. No cabe duda de que Xi Jinping ha vinculado su liderazgo y su imagen casi divina a la meta de recuperar Taiwán, sosteniendo que esta isla ha sido parte de China desde tiempos ancestrales. Aunque esta afirmación no tiene base histórica, es el discurso que mantiene. Este asunto parece ser un elemento clave y emocional en su administración. Sin embargo, las complicaciones que enfrenta Pekín para establecer control sin perjudicar activos cruciales, como la planta de semiconductores de TSMC, son significativas. Algunas voces dentro del aparato de defensa estadounidense incluso han afirmado que, en caso de una invasión china a Taiwán, EE. UU. bombardearía las instalaciones de TSMC. Desde una perspectiva militar, no estoy seguro de cuán viable sería un bloqueo que pudiera aguantar la presión de Estados Unidos o Japón, mucho menos una invasión. Un 95% de los taiwaneses se manifiestan en contra de una integración con el continente.
Los líderes de la OTAN han expresado claramente que debería prestar más atención hacia la región del Este. ¿Cree que esto realmente se llevará a cabo?
Es un hecho que Estados Unidos busca establecer una colaboración militar en la región del Indo-Pacífico, enfocándose principalmente en la amenaza de China y, en menor medida, en Rusia. No estoy seguro de la participación de las naciones europeas. Estoy convencido de que el Reino Unido se unirá a esta iniciativa, ya que siempre sigue las acciones de Estados Unidos. Sin embargo, dudo que países como Francia, Alemania, Bélgica o los Países Bajos se comprometan activamente en una alianza militar en la zona que se oponga a China y Rusia, dado que tienen una dependencia significativa de China. Por lo tanto, creo que preferirían que esta tarea se dejara a las naciones de la propia región asiática.