Michel Camdessus ha sido el director del Fondo Monetario Internacional (FMI) durante un extenso periodo, desde 1987 hasta 2000. En su reconocimiento, desde 2014, la entidad organiza conferencias anuales sobre cuestiones relacionadas con la banca central. La primera de estas fue presentada por Janet Yellen, quien en ese momento ocupaba la presidencia de la Reserva Federal y actualmente es secretaria del Tesoro estadounidense.
Recientemente, en 2024, Christine Lagarde, actual presidenta del Banco Central Europeo y también exdirectora del FMI, fue la conferenciante.
Durante su intervención, Lagarde establece un intrigante paralelismo entre los años 1920 y la actualidad, observando que ambas épocas están marcadas por la inestabilidad, comenzando con pandemias, incrementos de precios y la amenaza de conflictos bélicos que han dado paso a nuevas dinámicas geoestratégicas.
También se podría considerar el aumento de polarizaciones y tensiones tanto internas como internacionales como una similitud. Lagarde enfatiza dos aspectos comunes a ambas décadas que afectan los desafíos para quienes diseñan políticas públicas, especialmente en el ámbito monetario. El primero es la fragmentación: aunque la desaceleración de ciertos indicadores de globalización es, por el momento, menos severa que la experimentada después de la Primera Guerra Mundial, sigue siendo notable. El segundo aspecto es la innovación tecnológica: los progresos realizados en los años 20 tuvieron un impacto significativo en la productividad, mucho más marcado que los efectos actuales de innovaciones como la robótica o la inteligencia artificial.
Este paralelismo nos invita a reflexionar sobre los aprendizajes que deberíamos extraer de las lecciones de las décadas de 1920 y la actual.
En vista de las similitudes mencionadas, la conferencia se centra en la reflexión sobre las lecciones que deberíamos haber asimilado para que las estrategias de política monetaria resulten más efectivas hoy en día que hace un siglo, especialmente ante las complejidades actuales y para no repetir los errores de 1929 y su secuela. Es fundamental que las estructuras rígidas no ignoren los cambios estructurales que han tenido lugar. Se necesita un enfoque que privilegie la flexibilidad, la lógica y el pragmatismo, en lugar de atenerse a visiones rígidas y a interpretaciones sesgadas, que pueden estar influenciadas por intereses obsoletos. Además, es crucial reconocer el valor de la autonomía tanto en el análisis como en la operación, especialmente frente a presiones políticas que pueden ser muy perjudiciales en contextos de polarización.
Es notable el tono contundente que utilizó Lagarde al concluir su intervención, dejando en claro lo que no debe repetirse: como ejemplo negativo, mencionó una frase atribuida a Montagu Norman, antiguo gobernador del Banco de Inglaterra, dirigida a un importante asesor económico: “No está aquí para darnos órdenes, sino para explicarnos el porqué de nuestras decisiones”. En resumen, para que el año 2029 no se convierta en un nuevo 1929, es imperativo contar con líderes en políticas públicas que sean rigurosos, competentes y pragmáticos, y no meramente «justificadores post hoc» de decisiones de otra índole.
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