Una vez alguien me dijo: «No hables, observa a tu hijo». Esta frase pone de relieve que, en la enseñanza, lo que realmente cuenta no son solo las instrucciones que proporcionamos, sino más bien lo que nuestros hijos aprenden al ver nuestras acciones.
Este mismo principio se aplica a la creación de una cultura empresarial. La cultura de una organización se compone de valores (lo que se considera importante) y creencias (lo que se asume sin cuestionar). Con frecuencia, estas normas y valores se establecen a través de métodos conductuales, utilizando incentivos (como bonificaciones, reconocimientos y promociones) y sanciones (como advertencias o penalizaciones que afectan a los salarios).
No obstante, hay un aspecto mucho más delicado y presente en la vida diaria: la cultura misma, la manera en que se llevan a cabo las actividades. Al ingresar en una empresa, se puede percibir la cultura a través de su ambiente. La ambientación, el comportamiento de los empleados, los protocolos de bienvenida, los colores y materiales utilizados, así como el trato que se recibe, son elementos que contribuyen a esta experiencia. Todo esto no está regulado por premios o castigos, sino que es una forma de conducta que se incorpora de manera natural. Este contagio cultural es inevitable, ya que los humanos somos seres sociales que nos adaptamos a las conductas de los otros. Incluso, cuando viajamos a lugares desconocidos, rápidamente adoptamos las costumbres locales. En poco tiempo, nuestros comportamientos cambian drásticamente, y al regresar a casa, en cuestión de horas, volvemos a nuestros hábitos habituales. En el entorno laboral sucede algo similar: la presión social y el deseo de encajar juegan un papel crucial en la adaptación a la cultura corporativa.
La cultura organizacional se desarrolla de manera más o menos consciente, siendo influenciada principalmente por los líderes y las figuras con mayor poder informal. Es conocido el dicho que afirma que «la cultura se devora a la estrategia». Esto es un hecho: una cultura que no respalde la misión, visión y objetivos de la organización se convierte en un impedimento. Para realizar cambios en este aspecto, es fundamental que los líderes ajusten y unifiquen su comportamiento, de modo que estas acciones sean vistas como vitales para la aceptación e integración, tanto en el ámbito social como en el profesional. Frecuentemente, se concede mayor importancia a la estrategia que a la cultura; sin embargo, una estrategia carece de eficacia sin una cultura adecuada que la respalde. Si se busca implementar transformaciones, es esencial actuar de manera coherente desde los niveles superiores y evitar un exceso de palabras.