El estudio económico del sector turístico ha sido, por lo general, analizado desde la perspectiva de la producción, estando influenciado por la «debilidad de Baumol» y la «enfermedad holandesa», así como por el interés en encontrar soluciones a estos problemas.
La «debilidad de Baumol» se refiere a la teoría propuesta por William Baumol, que indica que las industrias que dependen en gran medida del trabajo humano y que generan escaso valor añadido enfrentan retos significativos para mejorar su productividad. Esto se traduce en que, sin un crecimiento en la productividad, los aumentos en los costos laborales se reflejarán en los precios.
A su vez, la falta de diferenciación en los productos dificultará la competitividad, lo que podría llevar a una disminución real de los salarios.
**Causas**
El fenómeno del antiturismo surge de cómo se reparten los ingresos generados, que son monopolizados por los inversores. En cuanto a la «enfermedad holandesa», esta se relaciona con las repercusiones económicas derivadas del rápido crecimiento de un sector en particular (como el cobre en Chile o los tulipanes en Países Bajos, de ahí su denominación), que impone altos costos de oportunidad al resto de las actividades económicas, llevándolas a una dominación productiva. En el turismo, esto se manifiesta en la excesiva parcelación de terrenos, el acceso a financiamiento fácil y bajo riesgo, una demanda dirigida por intermediarios, y una liquidez que es casi instantánea, lo que termina perjudicando a otras áreas productivas.
No obstante, más allá de las consideraciones teóricas, es crucial reconocer que el origen del descontento social frente al turismo radica en la distribución de sus beneficios, en lugar de en cuestiones tecnológicas relacionadas con la producción. El turismo, al ser una experiencia y tener un impacto en la reputación, carece de un valor productivo intrínseco; su valor depende del contexto donde se desarrolla. No se trata de un resultado mecánico de una técnica, sino que el entorno natural que lo rodea juega un papel fundamental. Sin embargo, la forma en que se reparten las ganancias empresariales no refleja estas consideraciones, a diferencia de la visión de los ciudadanos, que valoran el entorno y lo consideran parte de su patrimonio.
Por ello, la comunidad se siente indignada al observar la degradación de su patrimonio colectivo y del bienestar social, mientras que un grupo reducido de inversionistas se beneficia de las ganancias generadas por estos recursos compartidos. Los ciudadanos, por su parte, enfrentan una realidad donde los ingresos que obtienen de la actividad turística son limitados. Además, sufren la presión de precios inflacionarios provocados por la demanda externa, lo que disminuye su poder adquisitivo, mientras que la llegada constante de nuevos trabajadores ejerce una presión a la baja sobre los salarios.
Por otra parte, las autoridades centrales se benefician de los ingresos que contribuyen a mitigar el déficit externo de la economía nacional, sin tener que afrontar los costos sociales ni medioambientales que el turismo impone en el territorio. Estos costos son trasladados a las administraciones locales, que no reciben compensaciones adecuadas en la financiación autonómica. En mi opinión, esta situación es la raíz de la desconexión que sienten muchos ciudadanos con respecto a la manera en la que se aborda el turismo en nuestro país, observando quiénes son los que se benefician y cómo las instituciones públicas parecen desinteresadas.