En octubre de este año, si todo avanza sin complicaciones, se llevará a cabo la votación para elegir al nuevo grupo de comisarios bajo el liderazgo de Ursula von der Leyen. La reciente Comisión Europea, el informe de Draghi y numerosos líderes de los países miembros coinciden en identificar varios de los principales desafíos que enfrenta la UE, aunque existen diferencias en las estrategias para abordarlos.
Entre estos retos figuran el manejo de la migración, el aumento en la productividad, una importante inversión en investigación y desarrollo para reindustrializarse y mejorar la competitividad frente a EE.UU. y China, así como la necesidad de equilibrar la lucha contra el cambio climático con la defensa de la industria y la producción.
La propuesta de configuración de comisarios refleja estas prioridades. Por primera vez, existe un comisario del Mediterráneo y tres de las cinco vicepresidencias ejecutivas tienen denominaciones significativas: Estrategia Industrial y Prosperidad; Soberanía Tecnológica, Seguridad y Democracia; Transición Competitiva, Justa y Limpia. Esto contrasta notablemente con el enfoque de la comisión anterior, que se centraba en la digitalización, el pacto verde, la transparencia y la democracia. La tendencia política en Bruselas ha virado hacia la derecha, y las inquietudes han cambiado drásticamente, principalmente debido a la preocupación por la vulnerabilidad, la pérdida de competitividad y la dependencia de fuentes externas en la economía europea. Además, hay una vicepresidencia ejecutiva enfocada en la cohesión y las reformas, que mantiene el mismo nombre que en la última comisión, un elemento constante en los equipos comunitarios. El comisario Fitto, al igual que sus antecesores, parece carecer de una agenda política definida y de un plan claro, lo que probablemente lo llevará a pasar desapercibido, tal como ocurrió con los anteriores. ¿La razón? La próxima comisión, al igual que las que la precedieron, enfrenta una importante ausencia: una comprensión común sobre las reformas necesarias en las instituciones comunitarias.
La integración europea enfrentó serias dificultades en la década de los noventa debido a tres factores clave: la existencia de una unión monetaria sin una adecuada integración fiscal y presupuestaria, la rápida expansión del número de países miembros de 15 en 1995 a 27 en la actualidad, y la carencia de reformas en las instituciones, especialmente en la Comisión y el Consejo, que no estaban diseñadas para lidiar con una estructura tan amplia y diversa.
En cuanto a las prioridades, hay un cambio notable, centrándose en la vulnerabilidad, la decreciente competitividad y la fuerte dependencia externa de la economía europea. Abordar el primer error se complica ante la multiplicidad de voces que abogan por recuperar la soberanía, especialmente en temas de control de la migración. El segundo error parece estar en camino de repetirse con la posibilidad de extender la unión a Ucrania y a países de la región del Cáucaso. Por último, la falta de reforma institucional es una realidad palpable.
La legislación, que fue fundamental para conseguir las metas iniciales de la UE y que carece en gran medida de capacidad de coerción y de tribunales ejecutivos como los que tienen los estados, ya no basta para enfrentar los desafíos actuales. Por ello, es necesario contar con instituciones ejecutivas, como el Consejo y la Comisión, que sean más dinámicas, eficaces y enfocadas en los problemas prioritarios, con personal calificado y competente. En cuanto al Parlamento Europeo, muchas veces criticado injustamente, es mejor no hacer comentarios, aunque en Bruselas esa crítica se escuche como una melodía agradable.