El progreso de la ciudad de Madrid DF está listo para crecer exponencialmente. Aunque antes se ignoraban ciertos privilegios de ser la capital, como la liberalidad fiscal favoreciendo a una élite que aprovecha el gasto público sin contribuir de manera significativa, y la concentración económica extrema en el centro de la M-30, ahora se avecina una significativa transformación.
Lo que antes no se aceptaba no sólo será considerado inevitable y necesario, sino también beneficioso incluso para aquellos que se sentían perjudicados. Madrid propone una solución para los problemas de la España despoblada y las demás comunidades, a través de una oportunidad de supervivencia en la competencia global.
A cambio, estas deben mostrar disposición para trabajar y contribuir a la metrópolis. Madrid podría tener un sistema fiscal único, leyes exclusivas y acceso a recursos públicos acordes con las grandes responsabilidades asignadas.
Se ha terminado el debate, la única política es el final de la historia. Es la única manera de asegurar un lugar para todos los españoles en el mundo nuevo que se está formando, según los defensores del modelo. Madrid aspira a ser una ciudad global importante y el resto de las regiones debe estar dispuesto a rendir tributo a ella. Esa es la clara mensaje que surgen de los analistas y comentaristas asociados a los centros de poder de la capital.
El impulso final para la proyección de Madrid a nivel mundial ha sido la afluencia de inmigrantes latinoamericanos acaudalados, principalmente de Venezuela, que han revitalizado la memoria del impacto español en América del Sur y estimulan la ambición de competir con Miami. Madrid está buscando expandir su influencia atrayendo a las elitistas de otros países de la región, como Argentina, manifestando su apoyo a las políticas de darwinismo social de figuras como Javier Milei. Un programa fiscal especial, tan sofisticado como sutil, se ha vuelto fundamental. Este es el nuevo rasgo distintivo que Madrid ofrece frente a sus rivales seleccionadas como Londres, París y tal vez hasta la ciudad de Florida, que ha sido tradicionalmente el refugio de los migrantes económicos de alto nivel.
La conversación en torno a Madrid está evolucionando para enfocar en su papel como la última esperanza para la presencia española en el mundo globalizado. Para lograr esto, necesita que el resto del país se someta aún más a su visión.
De acuerdo con esta línea de pensamiento, el futuro global será dominado solo por las metrópolis, particularmente las ciudades capitales. Los estados han perdido su relevancia y ahora la generación de riqueza, el progreso y el bienestar está en manos de unas pocas megaciudades. Es paradójico que aquellos que quieren consolidar Madrid como la gran ciudad del sur de Europa, con una meta de diez millones de habitantes, razonen de esta manera, sabiendo lo que ha impulsado el desarrollo de Madrid en las últimas décadas. ¿Acaso existe una discrepancia entre el discurso y la realidad?
La llegada de ricos latinoamericanos a la capital ha proporcionado el impulso final para este salto.
De hecho, el auge del desarrollo en la capital estuvo estrechamente ligado con los dos mandatos centrales del PP de José María Aznar. Las inversiones extraordinarias en infraestructuras radiales de transporte y las significativas privatizaciones empresariales marcaron la emergencia del nuevo panorama de la ciudad. Durante este tiempo, las elites políticas locales que ahora están al mando en la comunidad autónoma, se sumergieron en la construcción de redes de corrupción local que todavía hoy están siendo investigadas y juzgadas.
A pesar de la importancia de las grandes ciudades, es notable su percepción de omnipotencia en un momento histórico de confrontación tectónica entre potencias como los Estados Unidos y China, con una guerra en Europa liderada por Rusia, la identificación de actos de genocidio perpetrados por Israel y un incremento en el rearme global financiado por los presupuestos públicos.
Argüir que la confluencia de la capital política y económica es esencial para garantizar el éxito en la gran competencia urbana global, pasa por alto que este es un modelo específico y no universal. En Europa, por ejemplo, esa coincidencia solo ocurre en países grandes como Francia y el Reino Unido. No es el caso de Alemania, Italia, ni la pequeña Suiza, y mucho menos los Estados Unidos. Ni siquiera en la emergente China, donde la capital política, Beijing, se encuentra a 1.200 kilómetros de su capital económica, Shanghai. Es una elección política, no una inevitabilidad de la lógica geoeconómica.
Isabel Díaz Ayuso es la representante de esta afirmación descarada de Madrid como instrumento de una singularidad española globalizada; lo único que le falta es instalar a un aliado, sin descartar que sea ella misma, en Moncloa para poder implementar completamente su programa.
Actualmente, además de reconocer el privilegio que antes se negaba, se afirma que es necesario y beneficioso para los demás.
Ambiciona obtener reconocimiento mundial como ciudad cosmopolita, superando la etiqueta localista y anticuada que portan las élites en decadencia de otras regiones, quienes a pesar de respaldar modelos económicos obsoletos como la industria, logran captar la atención de la Unión Europea en un esfuerzo por su revitalización. Madrid, la ciudad en auge, desacredita cualquier crítica relacionada con el respeto hacia las lenguas aparte del castellano, el único idioma con verdadero alcance global.
Además, se protege contra los ataques internos –ejecutados por los defensores de las víctimas que ofrecen sus habilidades a grandes empresas por salarios bajos–, relegados a un sombrío papel de oponentes impotentes y simbólicos. ¿Quién puede desear ganar unas elecciones pronosticando el desmantelamiento o la subyugación de un sistema que fomenta el crecimiento y mejora el nivel de vida de amplios sectores de la clase media? Especialmente si muchas de las consecuencias negativas de este modelo, desde el surgimiento de tendencias populistas y de derechas extremas en territorios despoblados hasta los movimientos políticos convulsos que han logrado mantener una notable presencia global, se ignoran o se externalizan.
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