Es necesario tener precaución en lo que uno desea. Esto resulta muy pertinente en relación al liderazgo de la UE. Hemos estado ansiando un declive en la presencia económica de Alemania y ahora que parece que este deseo se está cumpliendo, surge una inquietud sobre el futuro.
Los problemas alemanes han estado en incremento durante años, reflejando el impacto que el retroceso de la globalización tiene en Europa. Mientras la globalización avanzaba y los mercados eran expandidos por el libre comercio, el fuerte sector tecnológico alemán, la alta calidad de sus productos y los bajos costos energéticos hacían que la maquinaria industrial de Alemania fuese una locomotora imparable.
Esto explicaría que la industria alemana se haya mantenido en un nivel muy por encima de otros países avanzados con más del 22% del PIB de 2000 a 2023. Esto ha resultado en un gran volumen de exportaciones que representó un promedio de 31,9% del PIB de Alemania en comparación con porcentajes más bajos en EE.UU. (7,8%), Francia (21,5%), el Reino Unido (15,8%) o España (21,1%). Sin embargo, el dominio que Alemania tenía, se ha convertido en su vulnerabilidad. El cambio en la geopolítica de los EE.UU. ha afectado el modelo alemán y el aumento en los costos energéticos ha golpeado su competitividad, especialmente en un mercado tan importante como lo es China. Justo cuando los productos chinos están desplazando las producciones alemanas en áreas clave como la energía solar, turbinas de viento y vehículos eléctricos, se acumulan noticias negativas en esta complicada situación. ¿Qué imagen tendría Europa sin el liderazgo de Alemania?
En el sector puramente industrial, la potencial decadencia en la industria (¿tal vez en Alemania?) se refleja en recortes de personal en Volkswagen, la adquisición de una de las gemas de la industria química por Abu Dabi, además del estancamiento de la planta de chips de Intel. Asimismo, en el ámbito financiero, puede que Unicredit acabe tomando control total de Commerzbank. Esto sin mencionar el desfavorable panorama económico tras dos años de recesión e inflación, y también las complicaciones políticas que trae el surgimiento del extremismo de derecha, que han llevado a una efectiva suspensión de Schengen. Estos son indicativos claros de la quiebra gradual de su exitoso esquema. Y si Alemania sigue perdiendo momentum, sus efectos se difunden en toda la UE. ¿Cómo sería Europa sin el liderazgo alemán? ¿Qué nación podría tomar su lugar? Francia no es una opción, y la región del sur del Mediterráneo, aún menos. No es sorprendente que Draghi haya declarado que nos enfrentamos a un desafío existencial: de no implementar medidas severas, la Unión se iría debilitando inevitablemente. Un veredicto áspero pero acertado, tanto para Alemania como para todos. Buena suerte.
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