El BCE, validando el acuerdo preexistente, ha decidido una vez más reducir sus tasas de interés. Sin embargo, no está claro si desean seguir esta línea en futuras sesiones. Aunque se refleja un indudable freno en el aumento general del IPC, la inflación básica permanece inmóvil (actualmente al 2,8%) y la inflación de los servicios se mantiene por encima del 4% y sigue en aumento.
Los temores a un repunte no se han desvanecido, a pesar de las optimistas expectativas del BCE: recientemente, el petróleo nos ha dado otro susto y los incrementos en los costos laborales siguen siendo altos. Por lo tanto, si el panorama inflacionario sigue siendo incierto, ¿qué motiva a la nueva disminución? Fundamentalmente, la inquietud provocada por la situación económica en la eurozona y su traducción en el surgimiento de posiciones populistas.
Las malas noticias siguen acumulándose: las frágiles finanzas de Francia en un ambiente parlamentario complicado; signos crecientes de cese de préstamos hipotecarios que representa la mitad total de la eurozona, lo que afecta visiblemente el mercado inmobiliario; el anuncio de reducción de personal por parte de Volkswagen en Alemania (el primero en 80 años) debido al débil mercado automotriz; las dificultades evidentes en el crecimiento del PIB de la zona euro; y problemas en la producción industrial de Alemania y Francia. A mediano plazo, tampoco pueden ignorarse las dificultades para el crecimiento del PIB de la región, evidentes desde el comienzo de la guerra en Ucrania, así como el importante incremento en los costos de financiamiento de la deuda pública en varios de sus países.
Finalmente, si lo mencionado no fuese contundente, las señales de deflación al estilo japonés que empiezan a surgir en China, donde los precios de producción han sufrido una caída por cuarto mes seguido, llegando a -1.8% en agosto, constituyen noticias desalentadoras para nuestros exportadores y para el crecimiento mundial. También genera preocupación la posible recesión en Estados Unidos. En resumen, un panorama interno y externo marcado por la débil demanda y el bajo crecimiento. La fragilidad de la economía de la zona euro y el avance de la ultraderecha justifican la decisión del BCE. En 2020, el BCE contrarrestó el golpe de la pandemia con medidas extraordinarias para reforzar la liquidez y comprar deuda, estableciendo tasas de interés real negativas. Una respuesta intensa que reflejó los temores ante una nueva oleada de políticas populistas, similar a la que surgió tras la crisis financiera en los primeros años de la década anterior asociada a la austeridad. El escenario actual recuerda, con todas las precauciones necesarias, aquel de aquel entonces: los eventos de la semana pasada (ascenso notorio de la extrema derecha, y también de la izquierda, en Turingia y Sajonia) validan lo que ha ocurrido anteriormente en Italia, Países Bajos y Francia, confirmando el más desfavorable de los pronósticos posibles. Quizá el BCE debería haber esperado más. Sin embargo, dados las circunstancias actuales y las proyectadas para el futuro, su decisión es comprensible.