La colosal economía china se ve amenazada por una crisis de fe equivalente en su magnitud, con la escasez de información precisa agravando el problema. El país se encuentra luchando contra un colapso en su mercado inmobiliario, y en agosto, la actividad en el sector servicios mostró signos de desaceleración, de acuerdo con un indicador.
El hartazgo se ha apoderado de los consumidores. Las corporaciones multinacionales retiran fondos de la nación a un ritmo inédito, mientras que los analistas internacionales están recortando sus pronósticos de crecimiento económico nacional. Este pesimismo refleja retos auténticos, desde viviendas sin terminar hasta deudas impagables.
No obstante, también pone en relieve una creciente desconfianza en la información proveniente de China. Existe la idea generalizada de que el gobierno manipula las cifras, restringe la revelación de sucesos delicados y, en ocasiones, propone soluciones económicas irracionales. Este hueco informativo se retroalimenta: a medida que la economía se debilita, más datos se ocultan y mayor es la tensión que se genera. No se trata solo de una cuestión cíclica de fe. A medida que se revierte la política implementada durante varias décadas de liberalizar parcialmente el flujo de información, a China le llega un desafío mayor para cumplir su meta de reorganizar la economía hacia nuevos sectores. Existe un riesgo de que, como sucedió con la Unión Soviética, se convierta en un ejemplo de cómo un gobierno autoritario puede ser no solo antiliberal, sino también ineficiente. El incremento de la censura bajo la presidencia de Xi Jinping es un hecho reconocido. En las redes sociales, las cuentas son observadas de manera más estricta. Los funcionarios son más precavidos cuando tratan temas abiertamente con desconocidos. Los académicos temen ser monitoreados, y los empresarios se hacen eco de las posiciones del Partido Comunista. Pero lo que se conoce menos es la desaparición paralela de datos técnicos; en particular, si resultan ser incómodos o vergonzosos para el partido.
Las cifras de desocupación entre los jóvenes, una cuestión alarmante, se han “perfeccionado y realzado” (y por ende disminuido). Los datos sobre la balanza de pagos han alcanzado tal grado de confusión que el Tesoro de Estados Unidos está perplejo. El 19 de agosto, los mercados de valores cesaron en la publicación diaria de cifras relacionadas a la reducción de los ingresos de inversión extranjera. Con la creciente incertidumbre en la dinámica económica, para el sector privado es cada vez más complicado tomar decisiones astutas. Y posiblemente, los funcionarios también estén experimentando este problema. Para apreciar el impacto de tal transformación, es necesario retroceder a mediados del siglo XX. Después de pasar por el totalitarismo de 1930 y 1940, pensadores liberales como Karl Popper y Friedrich Hayek plantearon que la libertad política y el triunfo económico iban de la mano: el poder e información descentralizada previenen la tiranía y permiten a millones de negocios y consumidores tener un mejor discernimiento y mejorar su calidad de vida. La caída de la Unión Soviética avaló esta teoría. Para mantener su control político, los líderes soviéticos acapararon de manera despiadada la información. Esta táctica requería una opresión brutal, privaba a la economía de señales económicas y construía una estructura de engaños. Al final, hasta los líderes soviéticos carecían de una visión clara de la realidad. Predomina la creencia de que el gobierno distorsiona los datos, omite asuntos sensibles y ocasionalmente aporta recetas económicas ilusorias. A medida que China se abrió a finales de los 90 y durante la década de 2000, sus líderes mostraban confianza en su habilidad para mantener el control y al mismo tiempo evitar los errores de la Unión Soviética. Durante muchos años permitieron que la información técnica referente a los negocios, la economía y la ciencia fluiera con más libertad.
Consideremos el caso de las empresas chinas listadas en la bolsa, las cuales desvelaban datos de interés a inversores de Nueva York, o los científicos que compartían avances en sus campos de estudio con equipos internacional. La tecnología prometía poder censurar de manera precisa la opinión pública. Internet era fuertemente supervisado pero nunca se llegó a prohibir. Paralelamente, el líder político nacional intensificó sus procedimientos para estar al tanto de todo lo que sucedía. Mantuvo en funcionamiento durante años un sistema llamado neican, o referencia interna, que implicaba que periodistas y oficiales recopilaban reportes privados. En momentos clave como las protestas de la plaza de Tiananmen, los líderes estaban totalmente informados mediante actualizaciones constantes. Los partidarios más tecno-optimistas estimaban que el Big Data y la inteligencia artificial podían optimizar el sistema, y proveer al líder supremo un observatorio de último tipo a nivel tecnológico, que pudiera duplicar en eficacia el modelo de planificación central que fracasó en la Unión Soviética. Sin embargo, ahora esa visón de una China semi-abierta y ultra-eficiente está en tela de juicio. En un marco de miedo generalizado y la prevalencia de la seguridad nacional sobre la economía, el partido ha mostrado ser incapaz o inadecuado a la hora de restringir la interferencia en el flujo de información. Los informes sobre política fiscal y los reportes anuales de los megabancos chinos ahora hacen referencia al Pensamiento de Xi Jinping. A los consultores de gestión internacionales, pese a su aburrida mortalidad, se los considera como espías. Todo esto sucede pese a que la economía china, cada vez más intricada, requiere una toma de decisión ágil y enriquecida. Un resultado obvio es el declive de la libertad personal. Tras dar marcha atrás a su parcial apertura, China se ha transformado en un lugar más opresivo.
A pesar de que muchos ciudadanos chinos tienen una mentalidad liberal y gozan del intercambio de ideas, estos diálogos suelen darse en encuentros privados sin representar amenazas inmediatas para el partido gobernante. Sería preferible que ciudadanía, sector privado y gobernantes estuviesen bien informados para afrontar los próximos desafíos. La falta de información trae efectos secundarios preocupantes, como el problema de asignar el capital adecuadamente en medio de señales de precios confusas. Esto se da en un momento en que el país necesita depender cada vez más de la productividad para su crecimiento debido a la reducción de mano de obra. Es fundamental un uso eficiente de los recursos y una transición desde el crédito barato y la construcción hacia sectores innovadores centrados en satisfacer a los consumidores. Ejemplos de dicho cambio son la inversión en vehículos eléctricos y semiconductores. Sin embargo, basar la inversión en cálculos incorrectos de demanda y oferta o en la ausencia de datos sobre subvenciones y beneficios puede comprometer el éxito de la transición. Pese a que los aficionados a China argumentan que quienes toman decisiones tienen información adecuada para guiar la economía, es incierto qué datos e informes consulta Xi. Presumiblemente, el flujo de información privada será cada vez más distorsionado y sujeto a menor escrutinio en la medida en que la plaza pública se vacía. Nadie desea asociarse con un informe que apunte al fracaso de las políticas de Xi. Los liberales comprendieron, tras los horrores del siglo XX, que la libre circulación de información favorece la toma de decisiones, minimiza la posibilidad de grandes errores y promueve la evolución social.
No obstante, la supresión de información puede originar poder y corrupción. Las deformaciones y disfunciones tienden a aumentar con el paso del tiempo. Si bien China posee numerosas ventajas, también tiene que lidiar con problemas de gran magnitud. Para poder afrontar los desafíos futuros de una mejor forma, tanto la población, como el sector privado y el gobierno, deberían estar totalmente al corriente de la situación.