La Unión Europea ha aprobado incrementos en los impuestos de importación para coches eléctricos de origen chino, variando entre el 17 y el 36%, que se incorporan al ya existente 10%. Supone una clara revisión en la política europea. De hecho, la meta europea de mitigar la emisión de carbono -que debería fomentar la accesibilidad a coches eléctricos- ha tenido que ceder ante el imperativo de proteger la industria automovilística del continente y los empleos creados en ella.
Esta modificación de prioridades pone en tela de juicio la estrategia prevaleciente en los años recientes: Europa debe liderar la transición de energías fósiles para promover las tecnologías asociadas en la recuperación del liderazgo tecnológico global. Ahora, presenciamos cómo los chinos y Tesla de Musk toman la delantera a las empresas automovilísticas europeas, que insisten en sostener su predominio basado en los motores de combustión, incluso manipulando los tests oficiales de emisiones, tal como hizo Volkswagen.
Cabe destacar que los coches fabricados por Musk en China son los que sufrirán el aumento de impuestos más bajo, un 9%. Probablemente porque esta empresa es la que menos subsidios recibe del gobierno chino. Estos nuevos impuestos podrían impulsar a empresas como Chery, el segundo fabricante de coches eléctricos de China, a establecer factorías en la Zona Franca de Barcelona y así evitar los aranceles europeos. De este modo, Europa sigue los pasos de los Estados Unidos, bajo las administraciones de Trump y Biden, en gravar las importaciones chinas de tecnología. Es importante recordar que el triunfo de Trump se respaldó en gran medida por el apoyo de los estados del Midwest, con alta concentración en la industria automovilística y seriamente afectados por las importaciones de coches asiáticos.
Europa prefiere evitar nuevas tensiones de este tipo, como lo demostró al suavizar sus compromisos medioambientales en respuesta a las manifestaciones campesinas de la primavera pasada. Porque necesitamos manejar la globalización adecuadamente para evitar sentir aún más su peso. Sin infringir ostensiblemente las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio, lo adecuado sería alegar que los productos a los que deseamos aplicar tarifas están respaldados o subsidiados por el Estado donde se generan, de una forma u otra. Es precisamente esto lo que se presume las autoridades Chinas están analizando en relación con el brandy, los productos lácteos y la carne de cerdo de origen europeo. El conflicto comercial con China se aproxima a Europa, y podría sentar las bases de una globalización variable en intensidad, influenciada por la naturaleza estratégica de los productos y las similitudes políticas y económicas de los países en distintas regiones del mundo. Así, se podría encaminar a una globalización concéntrica.