El ascenso de Le Pen en Francia, el triunfo del extremismo en Turingia y su segundo lugar en Sajonia, han relanzado a la luz pública la ola populista que está inundando toda Europa (Italia, Países Bajos, Hungría…). La circunstancia en nuestro país no difiere mucho: una investigación realizada acerca de la fe en la democracia indica que alrededor de un cuarto de los hombres jóvenes, de entre 16 y 35 años, apoyaría el autoritarismo en ciertos contextos.
En respuesta a este avance radical, se han adoptado estrategias bipartitas: cuestionar sus percepciones sobre los derechos civiles e impedir su entrada al poder. Lamentablemente, estas acciones, si bien necesarias, solo rasguñan la superficie del asunto. Su efecto se asemeja al alivio pasajero que ofrecen los analgésicos que no tratan la dolencia de fondo.
La causa primordial de nuestras inquietudes, más fuertemente para los más jóvenes, manifiesta los resultados perjudiciales de la globalización en vastos sectores de la sociedad: aumento de la desigualdad, desmejoramiento de los servicios públicos y desprecio, explícito o no, por la igualdad de oportunidades, de ingresos y de bienestar.
Los menores de 40 años enfrentan un diagnóstico sombrío en relación a su futuro.
En el escenario actual, las personas menores de 40 años están enfrentando un complicado pronóstico acerca de su porvenir, corroborado a menudo por sus propias experiencias. Son conscientes de que, pese al esmero dedicado a la educación superior, posiblemente les aguarde un trabajo poco estable y mal remunerado. También saben que conseguir una vivienda propia es complicado, y los precios de alquiler son exorbitantes. Además, están al tanto de las discusiones acerca del incierto futuro de sus pensiones y reciben noticias alarmantes sobre el impacto negativo de los cambios tecnológicos y el cambio climático en el ámbito laboral. En resumen, la idea de que las generaciones más jóvenes tendrán una calidad de vida inferior a la de sus progenitores se ha convertido en una realidad, afectando a cada vez más sectores de la población.
Dada esta situación, ¿cómo deben reaccionar los jóvenes? Una parte de la respuesta es un puro escape: el mantra de «vive el momento» parece ser su lema, evidenciado en las redes sociales que más frecuentan. Otra parte de la respuesta, que se superpone a la anterior, es adoptar políticas que ofrecen soluciones rápidas a las angustias actuales o futuras.
Como en todo proceso de cambio económico y social profundo, como el que vivimos hoy en día, no hay una solución mágica para revertir el estado actual de las cosas. Las consecuencias de décadas de globalización, desigualdad, pérdida de empleos dignos, inseguridad laboral, envejecimiento y migración no se pueden abordar de inmediato. Sin embargo, si se desea enfrentar realmente las causas subyacentes de la creciente desafección por la democracia, los líderes deben actuar, más con acciones que con discursos, para mitigar aquellos aspectos más preocupantes. Aunque complicado, es un desafío que no debe ser ignorado.