Al hojear los periódicos, es común encontrar noticias sobre huelgas o la posibilidad de las mismas. Pero, ¿quién se ve afectado por una huelga? Cuando se produce una huelga en una compañía que produce alimentos, los efectos negativos recaen principalmente sobre aquellos que adquieren y distribuyen dichos productos, los proveedores de materias primas, e indudablemente, la propia empresa en la que los huelguistas trabajan.
Existen empresas con rendimientos favorables que necesitan expansión, actualización de sus instalaciones, inauguración en otros mercados, e internacionalización. Todos estos requerimientos exigen una gran cantidad de fondos que deben provenir de los ingresos de la empresa, de inversores, entre otros.
Si la empresa se ve forzada a detenerse, estos procesos se interrumpen, dificultando la posibilidad de atraer inversionistas dispuestos a apoyar el crecimiento de una empresa que enfrenta obstáculos propiciados por sus trabajadores.
Las complicacones generadas dentro de las empresas por las huelgas suelen ser un obstáculo para la innovación. A veces vemos que ciertas compañías hacen ajustes despidiendo o jubilando anticipadamente a su personal. A la par, también existen empresas en el mismo sector que están en crecimiento y contratando a más empleados. Las situaciones problemáticas originadas por las huelgas en una empresa suelen inhibir avances, mejoras en los procesos con equipamiento más sofisticado e incluso la implementación de robots o conjuntos de maquinaria equivalentes a un significativo número de trabajadores.
En muchas ocasiones, los huelguistas se encuentran con los directivos de la empresa para discutir sus demandas, solicitando más de lo que de verdad esperan con la consciencia de que las negociaciones requerirán un ajuste de las expectativas. Los gerentes de la empresa pueden estar inseguros sobre aumentar los salarios, pero son conscientes de que el cese de las actividades puede contribuir al desmantelamiento de la empresa, una subida abrupta de los salarios puede resultar igualmente dañina, aunque a un ritmo más lento.
En ocasiones, dialogamos con algunos de nuestros maestros de edad avanzada, sobre los primeros 25 años de historia del IESE, nuestra institución educativa. Existía una norma en la que los educadores podían emplear un cuarto de su tiempo trabajando como consejeros, consultores o apoyando a empresas, pero tenían que donar a la escuela, el 25% de sus ingresos. Cultivamos el hábito de contribuir a la escuela más de lo que se obtenía como salario y cada vez que se superaba ese monto, celebrábamos.
Durante el período en que cursé mi doctorado en Harvard, tuve la oportunidad de interactuar con profesores ya retirados. Algunos de ellos continuaban impartiendo clases, otros se dedicaban a la escritura de libros, y muchos eran miembros de consejos de empresas o dedicaban su tiempo a apoyar escuelas por todo el mundo. Algunos de estos maestros contribuyeron al desarrollo de Insead en Francia y del IESE en España. Otros colaboraron en la creación de una escuela de negocios en Japón, el lugar donde Estados Unidos depositó su primera bomba atómica. Al concluir la guerra, un profesorado de Harvard asistió a Japón y ofreció su apoyo en la creación de la primera escuela de gestión de empresas en una de las universidades prestigiosas del país. Siempre afirmaba que «crear escuelas de negocios alrededor del mundo es construir puentes para la paz». Hablamos de aquellos que aprovechan las huelgas destructivas para obtener ganancias y aquellos que, ya retirados, ponen de su parte en un esfuerzo internacional para formar a futuros directivos sin ninguna remuneración. ¿Quiénes creen que darán lugar a un futuro más prometedor para los jóvenes y los niños?