Al considerar oligarcas, generalmente visualizamos a los millonarios rusos que prosperan al estar cercanos a Vladimir Putin y su «capitalismo de camaradero». Esta palabra tiene su origen en la antigua Grecia, donde se usaba para describir un sistema político donde un pequeño grupo de adinerados ejercía todo el poder político, ignorando al resto.
Sin embargo, a sólo unos 3.8 kilómetros de Rusia, en Estados Unidos (sí, se unen en las islas Diomede), se está presenciando un fenómeno equivalente. Desde que las grandes empresas de tecnología han superado en valor y en influencia a las empresas petroleras, Estados Unidos ha visto el surgimiento de una tipología alterna de oligarcas reconocidos como «broligarcas» (excusa a la RAE).
El apodo «broligarca» –una fusión de «bro» (abreviación de hermano) y oligarca– se utiliza para describir a un pequeño conjunto de hombres poderosos, caracterizados habitualmente por su virilidad, que poseen una influencia considerable tanto en economía como en el mundo empresarial, aún alcanzando los ámbitos políticos y sociales. Al añadir los elementos más perjudiciales de la «cultura bro» el concepto de oligarca se actualiza; siendo estos: masculinidad tóxica, endogamia social, empatía mínima, aislamiento social, irresponsabilidad y un materialismo intenso. Este término emergió en las redes sociales hacia finales del 2000, fortaleciéndose al relacionarse con Silicon Valley y el sector tecnológico. Finalmente, se ha adoptado en esferas políticas, donde se usa para criticar el dominio desmedido que esta minoría de «broligarcas» ejerce basándose en los valores obtenidos de la cultura bro.
Al llegar a este punto, es posible que todos tengamos en nuestras mentes a figuras como Elon Musk o Mark Zuckerberg. Sin embargo, no podemos olvidar a personajes como Peter Thiel, David Sacks o Marc Andreessen, cuyos nombres quizás no sean tan conocidos, pero que también han hecho grandes contribuciones al mundo tech e interesantes inversiones. Todo ellos forman un fuerte grupo de emprendedores e inversores en tecnología que tienen un impacto significativo sobre el panorama digital actual y el flujo de capital, la innovación y hasta el discurso político del siglo XXI.
Marc Andreessen, quien se destacó en los comienzos de la Internet con la creación del navegador Netscape, es actualmente un capitalista de riesgo en Andreessen Horowitz. Desde 2009, su firma ha invertido en proyectos que han reconfigurado el mundo, tales como Skype, Twitter, Facebook, Airbnb, Roblox y Figma. Andreessen se distingue por ser un tecnosolucionista que subestima las implicaciones sociales negativas de la tecnología.
Peter Thiel y David Sacks, cofundadores de PayPal junto con Elon Musk (miembros del grupo conocido como PayPal mafia), son representantes prototípicos del ethos tecnolibertario de Silicon Valley. Thiel, específicamente, ha sido crítico abiertamente de los procesos democráticos, llegando a cuestionar si democracia y libertad pueden coexistir. Maneja una considerable influencia mediante sus inversiones en empresas como Facebook, Palantir y SpaceX. Sacks, por su parte, propone crear un movimiento reaccionario contra el liberalismo que una a conservadores y exprogresistas.
Desde que las empresas tecnológicas superaron en cotización e influencia a las compañías petroleras, hemos presenciado en los Estados Unidos el surgimiento de una nueva clase de oligarcas: los ‘broligarcas’.
El papel de los broligarcas es cada vez más destacado en el año de elecciones. Aunque la afiliación política de Peter Thiel ya era conocida como consejero de Trump durante su presidencia, la reciente aparición pública de figuras como Musk y Andreessen respaldando al candidato presidencial del partido naranja representa un quiebre notorio. Es notable el caso de Elon Musk, quien de acuerdo a su biografía, alguna vez esperó en fila por seis horas para saludar al presidente Obama. Sin embargo, ha pasado de publicar en Twitter mensajes de apoyo a la comunidad LGTBIQ+, insistiendo que aquellos que se opongan al movimiento no deberían adquirir un Tesla, a agredirlos, promover teorías conspirativas y magnificar mensajes de odio de grupos ultraderechistas alrededor del mundo.
Este cambio de postura pública revela una combinación de creencias personales y intereses comerciales. Los broligarcas ven en Trump a un aliado; sus promesas de desregulación y reducción de impuestos son afines a sus principios. Durante una lamentable charla de dos horas en X, Trump felicitó a Musk por despedir inmediatamente a los empleados de sus empresas que intentaban huelga. El poderoso sindicato United Auto Workers ya ha presentado acusaciones por prácticas laborales injustas contra ambos.
La influencia política de estos broligarcas va más allá de las fronteras de los Estados Unidos. Podemos verlo en los recientes eventos de Musk intrometiéndose en la política del Reino Unido al criticar al primer ministro Keir Starmer, incitando al odio étnico y fomentando la guerra civil, además de enfrentarse al comisionado europeo Thierry Breton al recordarle que en Europa, la utilización de datos sin consentimiento (para entrenar su IA) es ilegal. Hemos visto también ejemplos en Brasil, donde cerró una oficina para evitar cumplir con una orden judicial. Como menciona el personaje de la serie The Morning Show inspirado en Musk: “Nosotros no seguimos las reglas, nosotros las dictamos”.
Además de los magnates rusos, los ciudadanos de Estados Unidos también tienen un equivalente en los ‘barones del robo’ del siglo XIX. Estos barones del robo fueron empresarios poderosos que usaron su fortuna para crear imperios, mientras debilitaban las instituciones democráticas. Leland Stanford, un empresario y gobernador de California, uno de los primeros ‘barones del robo’, usaba su control sobre las vías del tren para acumular poder político e influencia que empleaba para dominar el espacio público con su red de transporte privada. Las comparaciones con los oligarcas de hoy son evidentes; han tomado el espacio público digital y lo han transformado en sus propios dominios privados, donde somos sirvientes.
Este fenómeno es lo que el economista Yannis Varoufakis denomina ‘tecnofeudalismo’: internet, que antes era un espacio libre y abierto, está ahora dominado por unos pocos señores tecnofeudales que nos permiten trabajar en sus dominios digitales a cambio de nuestro trabajo digital. Es interesante que la página de ‘barones del robo’ en Wikipedia, uno de los pocos sitios todavía libres en la web, ya incluye nombres como Zuckerberg, Thiel y Musk.
Por su definición, los ‘broligarcas’ son actores políticos globales; tienen influencia sobre el futuro de la industria tecnológica y sobre la democracia.
La riqueza y el control de estos ‘broligarcas’ sobre las grandes redes digitales les convierte en actores políticos globales. Sus acciones en el futuro próximo no solo definirán el futuro de la industria tecnológica, sino que también determinarán la dirección que toma la democracia estadounidense y, por efecto dominó, la democracia en general.