En un contexto donde la biotecnología avanza a un ritmo sorprendente, se vuelve crucial contar con expertos que nos ayuden a descifrar sus implicaciones y beneficios, así como sus riesgos y limitaciones. Entre esas autoridades se encuentra Rafael Yuste. Este neurocientífico español, originario de Madrid, se ha establecido como una figura prominente en su disciplina, destacándose por su papel en el proyecto BRAIN, una colaboración de investigación presentada por la administración de Barack Obama con el objetivo de desarrollar métodos para analizar y cartografiar la actividad cerebral.
Yuste es también profesor de ciencias biológicas en la Universidad de Columbia, Nueva York, y preside The Neurorights Foundation, una organización que aboga por la creación de un marco internacional que garantice la protección de la actividad cerebral y su información, tratada con la misma privacidad que los datos médicos.
Recientemente, Yuste ha lanzado su libro ‘El cerebro, el teatro del mundo’, donde propone un giro significativo en la forma de estudiar el cerebro, enfocándose en las redes neuronales. Su enfoque conceptualiza el cerebro como una herramienta de anticipación que utiliza estas redes para construir un modelo del entorno, asemejándose a un simulador de realidad virtual. En una conversación con 20bits, este destacado neurocientífico nos ofrece una visión más profunda sobre su obra y los progresos en su investigación. Al preguntarle cómo comunicaría la esencia de su libro al público en general, Yuste explica que el contenido central se basa en la idea de que el cerebro crea una representación del mundo, un modelo que él denomina ‘El teatro del mundo’. Según él, esta es una teoría en proceso de validación y representa un concepto con un alto potencial.
La noción de que la realidad puede ser influenciada por la actividad cerebral se remonta a pensadores como Platón y Kant, así como a escritores como Calderón de la Barca, cuyo trabajo titulado «El gran teatro del mundo» refleja esta idea. A partir de esta perspectiva, se puede argumentar que existe la posibilidad de alterar la función cerebral y, en consecuencia, transformar la percepción de la realidad en los individuos. En esencia, lo que estamos afirmando es que la experiencia que tienes del mundo no es una representación objetiva, sino una construcción generada por tu propio cerebro. Este sistema se ajusta a la realidad externa a través de nuestros sentidos, un proceso perfeccionado durante cientos de millones de años de evolución para garantizar que nuestro modelo mental sea efectivo en la predicción de lo que sucederá.
La manipulación del cerebro y el cambio en la percepción de la realidad suscitan preocupaciones éticas. Esto podría permitirnos intervenir en el mundo interno de las personas, alterando su sentido de la realidad. Actualmente, ya hemos comenzado a experimentar con animales, como ratones, en este ámbito. Sin embargo, esto conlleva ciertos peligros, lo que me ha llevado a involucrarme en la defensa de los neuroderechos. Lo que ahora logramos con un ratón en el laboratorio podría, en un futuro, aplicarse a los seres humanos. Por esta razón, es fundamental resguardar la actividad cerebral, considerándola un espacio sagrado. Interferir con el cerebro humano solo debería permitirse bajo circunstancias muy bien justificadas, como en el contexto de tratamientos para patologías neurológicas.
El cerebro es el núcleo de la mente, lo que nos define como seres humanos, y debe ser intocable. Por esta razón, estamos trabajando en propuestas legislativas a nivel global para salvaguardar la actividad cerebral, un tema que será central en mi próximo libro. En el laboratorio, hemos alcanzado la capacidad de modificar los recuerdos de ciertos animales.
¿Qué aplicaciones positivas puede tener esta tecnología en los seres humanos y cómo podemos mitigar sus potenciales riesgos? La neurotecnología es fundamental en este contexto, ya que comprende métodos y dispositivos que permiten tanto medir como alterar la actividad cerebral. Estos gadgets pueden ser de tipo electrónico, como los chips, o utilizar principios ópticos, magnéticos o acústicos. En esencia, se centran en observar y modificar la función cerebral.
Desde mi perspectiva, estos dispositivos desempeñarán un papel crucial en el ámbito médico, especialmente porque muchas enfermedades del cerebro aún carecen de tratamiento. Afecciones como el Alzheimer, la esquizofrenia, el Parkinson, la epilepsia, y diversas discapacidades y trastornos, son aspectos sombríos en la medicina actual. La dificultad radica en que carecemos de herramientas para abordar estos problemas de manera efectiva.
Las neurotecnologías, que previamente se someten a pruebas en animales en laboratorios como el mío, comenzarán a implementarse gradualmente en humanos. Este avance promete provocar un cambio significativo en los campos de la psiquiatría y la neurología, que considero será uno de los beneficios más destacados. Además, desde una perspectiva científica, el uso de esta tecnología para comprender el cerebro nos ofrecerá claves para entender mejor el comportamiento humano: por qué nos frustramos, por qué nos atraemos.
Otro ejemplo que podría transformar el ámbito social y cultural es la traducción en tiempo real; es decir, la capacidad de que nuestros pensamientos o lenguaje se traduzcan instantáneamente al interlocutor. En mi experiencia, una gran mayoría de conflictos se deben a malentendidos. Si lográramos intercambiar los pensamientos directamente entre las personas, probablemente disminuirían significativamente esos malentendidos.
La sociedad operaría de una forma más eficiente si existiera una mayor consciencia sobre el potencial de la neurociencia. Es fundamental entender por qué esto es significativo. El libro busca dar una visión clara de una teoría contemporánea que describe el funcionamiento del cerebro. Este órgano no es simplemente uno más del cuerpo, sino el que da origen a la mente. En él se encuentran todos nuestros pensamientos, recuerdos, emociones, decisiones, comportamientos, conciencia, personalidad e incluso lo que desconocemos de nosotros mismos, nuestro subconsciente. Por lo tanto, cualquier teoría que explique su funcionamiento podría tener un impacto profundo en la cultura y la sociedad. Como seres humanos, nos caracterizamos por nuestras capacidades mentales; somos seres pensantes, Homo sapiens.
La teoría que propongo se puede entender de manera sencilla y puede abrir las puertas a la neurociencia, permitiendo a las personas reconocer su papel crucial. La neurociencia tiene el potencial de transformar la sociedad de tal forma que en el último capítulo de mi libro discuto un nuevo renacimiento, un proceso de reinvención cultural y social desde una perspectiva científica, entendiendo cómo opera el órgano que nos define como humanos.
Además, en tu libro mencionas la posibilidad de que la inteligencia artificial se integre en el cerebro humano. ¿Consideras que esto es factible en el corto plazo? ¿Cómo abordaríamos las cuestiones éticas y de privacidad que esto implicaría? Personalmente, pienso que será inevitable que la neurotecnología se adopte para potenciar las capacidades mentales y cognitivas. Esto incluiría no solo inteligencia artificial, sino también dispositivos que faciliten la conexión del cerebro a la red.
Actualmente, se están desarrollando dispositivos capaces de interpretar la actividad cerebral, utilizando inteligencia artificial para ello. En el último año, se han producido significativos progresos en la decodificación del lenguaje interno. Por ejemplo, al pensar en algo que deseas expresar, hay tecnologías que pueden medir la actividad eléctrica del cerebro para traducir esos pensamientos. Esto, sin duda, plantea importantes cuestiones sobre la privacidad mental. ¿De qué manera se está trabajando para salvaguardar esa privacidad?
Recentemente, el Parlamento de California aprobó, de manera unánime, una legislación relacionada con los neuroderechos, iniciativa que hemos impulsado desde The Neurorights Foundation. Estamos colaborando con diversas naciones, estados e instituciones internacionales para avanzar en esta agenda que protege la actividad cerebral.
¿Qué lecciones podemos extraer de estas iniciativas para formular una legislación clara y efectiva en España? Este año, tuvimos la oportunidad de dialogar con representantes en el Congreso para informarles sobre la creciente importancia de la neurotecnología y la necesidad urgente de regular y resguardar la actividad cerebral. Al igual que hemos hecho en naciones como Chile, Brasil y los estados de Colorado y California, ¿por qué no en España?
Recibimos una respuesta muy positiva por parte de los diputados, con una gran asistencia en la sala. Observé que estaban comprometidos y explorando diversas formas de presentar un proyecto legislativo, sin que existieran divisiones partidistas. De hecho, fue difícil identificar a qué partido pertenecía cada político, todos estaban alineados con nuestro mensaje. En nuestras experiencias en los otros países mencionados, los resultados fueron siempre unánimes, sin importar la afiliación política. ¿Quién podría oponerse a la protección de la actividad cerebral? Estoy convencido de que España también puede avanzar en este sentido.
Si España decidiera avanzar en este tema, se convertiría en el primer país europeo en establecer un marco legal para los neuroderechos y la protección de la actividad cerebral, siempre y cuando el Congreso se involucre y se cree un proyecto de ley al respecto. Esto podría realizarse de manera ágil. Un buen ejemplo es lo que sucedió en California, donde nuestra organización impulsó una ley relacionada con neuroderechos que fue propuesta a principios del año y que fue aprobada recientemente. En Colorado, por otra parte, iniciamos el proceso en diciembre y ya se obtuvo la aprobación en abril; todo ello en cuestión de meses.
En tu libro mencionas el potencial de las interfaces cerebro-máquina para potenciar nuestras capacidades cognitivas. Cuando estas tecnologías sean accesibles de manera general, ¿cuáles crees que serán sus aplicaciones más inmediatas en la vida diaria? Un desarrollo que podría estar disponible pronto tiene que ver con la decodificación del lenguaje mediante cascos de electroencefalograma. Muchas empresas están trabajando en crear herramientas que permitan convertir el pensamiento en texto, lo que significaría que podríamos escribir directamente en una pantalla sin necesidad de usar el teclado. Imagina poder dar comandos a una computadora solo concentrándote y pensándolo. Este avance sería verdaderamente revolucionario; personalmente, estaría entusiasmado de adquirirlo, ya que no soy muy diestro a la hora de mecanografiar y siempre tengo que corregir mis errores [ríe]. Estoy convencido de que esto es un paso importante para la neurotecnología destinada a la gente.
Sin embargo, ¿qué preocupaciones crees que podrían surgir entre las personas sobre estos progresos? Esa inquietud, creo, está relacionada con el concepto de neuroderechos. Es fundamental que la información cerebral de los individuos esté garantizada y se considere como datos personales de alta sensibilidad.
Los datos biomédicos son confidenciales y no deberían ser accesibles al público ni comercializables, similar a cómo debería manejarse la información relacionada con los datos neuronales. En nuestra fundación, estamos enfocados en establecer regulaciones firmes que definan legalmente qué se entiende por datos neuronales provenientes de ciertos dispositivos, garantizando así la mayor protección posible bajo la ley.
En cuanto a la conexión entre el cerebro y las tecnologías actuales, no es necesario especular, ya que estamos viviendo una transformación tecnológica centrada en las redes neuronales. Las principales empresas tecnológicas basan su modelo de negocio en algoritmos de estas redes, los cuales son fundamentales para el desarrollo de la inteligencia artificial generativa. Lo interesante es que estos algoritmos tienen su origen en la neurociencia de las décadas de 1960, inspirándose en el conocimiento de esa época sobre el funcionamiento del cerebro.
A partir de los modelos utilizados por neurobiólogos, matemáticos, físicos y expertos en computación desarrollaron las redes neuronales que actualmente están redefiniendo la industria tecnológica. Creo que la información que comparto en mi libro sobre la estructura cerebral puede facilitar la creación de tecnologías aún más avanzadas. Después de 60 años de investigación, hemos adquirido un vasto conocimiento que comenzará a integrarse en la industria y la sociedad, lo que probablemente dará origen a innovaciones sorprendentes.
Un ejemplo que ilustra esto es que el cerebro humano posee un número de conexiones superior a tres veces la totalidad de la red de Internet en el planeta. En esencia, dentro de tu mente hay la capacidad de almacenar información equivalente a tres Internets.
El funcionamiento de tres redes internas se puede lograr con la misma energía que consume una bombilla de 20 vatios, que resulta ser la de menor potencia disponible. Esto implica que, con solo disfrutar de un bocadillo y beber un vaso de agua, puedes tener activas esas tres redes en tu mente durante un día entero. Es fascinante pensar en la posibilidad de descubrir cómo la naturaleza logra mantener una vasta red neuronal utilizando tan poca energía. Si llegamos a comprender esto, podría transformar la tecnología actual. En la actualidad, las redes neuronales y la inteligencia artificial requieren enormes cantidades de energía, incluso de una ciudad entera, para operar. Un enfoque basado en la neurociencia podría ofrecer soluciones. Sin embargo, la pregunta es si necesitaremos seis décadas para aprovechar lo que sabemos hoy. Espero que no. La transferencia del conocimiento científico a la práctica tecnológica está aumentando su velocidad, aunque aún de manera gradual. Normalmente, suelen pasar al menos diez años o más antes de que los avances de los laboratorios se materialicen en el mercado. Aún así, las empresas tecnológicas están intensificando sus esfuerzos; muchas tienen equipos dedicados a investigar el cerebro y están observando atentamente los avances en neurociencia para poder beneficiarse de esos hallazgos. Es un enfoque lógico y considero que esta evolución será más ágil que lo que hemos experimentado en el pasado.
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