Categorías: Crónica
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9 octubre, 2024 7:22 am

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Al hablar de la disminución de la jornada laboral, inmediatamente se relaciona con una reducción del tiempo dedicado al trabajo, ya que todo se convierte en tiempo laboral, con o sin compensación económica. Las normativas recientes empiezan a reconocer este concepto de tiempo laboral, que no siempre implica una remuneración en efectivo, a través de expresiones simbólicas como el “fijo discontinuo”.

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Las leyes adoptan un tono casi filosófico o, en ciertos casos, cuántico: lo que está presente y lo que no, un entrelazado de roles laborales.

Ante el salario promedio, el índice de pobreza en España y los costos de la vida actual, se intuye que el tiempo libre se usará mayormente para buscar un nuevo empleo o bien un ingreso adicional por el mismo trabajo.

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Dado el descenso del consumo interno, esta tendencia parece inevitable. Ofrecer tiempo libre de forma aparente puede facilitar que los trabajadores busquen múltiples fuentes de ingreso y, en consecuencia, aumenten su capacidad de gasto.

La idea de reducir lo que se conoce como tiempo libre laboral es incierta, ya que oficialmente no existe una definición clara que se ajuste a las estadísticas conocidas. Sin embargo, es una realidad que todos experimentamos y comprendemos de manera intuitiva. La alta tasa de absentismo y las bajas laborales, que han aumentado notablemente, no agotan la noción del tiempo libre laboral, que es tan difusa y concreta como la existencia misma.

El tiempo de ocio se considera como trabajo no remunerado, un gasto tanto de energía como de recursos. Este es simplemente el tiempo contemporáneo, y posiblemente el de siempre. En la actualidad, el ocio se presenta como un tipo de trabajo sin paga, y a menudo puede ser más demandante y estresante que el empleo formal. En el ámbito laboral, es posible encontrar brechas para disfrutar de tiempo libre, un respiro, un momento personal.

El ocio abarca tareas en el hogar que no son remuneradas, así como el cuidado de otros, acompañamientos, viajes, gestiones y una serie interminable de actividades que se asemejan a una rueda de hámster. Además, el concepto de ocio ha adquirido un nuevo requisito: ser feliz. Ahí es donde se rompe la estadística. En un grupo de WhatsApp, a quien celebra su cumpleaños se le desea: “Que tengas un gran día”, “Disfruta”, “Sé feliz”. Aquellas personas con trabajos bien definidos tienen la posibilidad de desconectar. La presencialidad, que se relajó durante la pandemia y está regresando con fuerza, se traduce en tiempo y espacio, un nuevo negocio colateral. Este tipo de trabajo intenta incluir el espacio en la ecuación, recuperando el contacto físico y, en cierto modo, provocando una nueva forma de esclavitud. El tiempo que se considera libre en el trabajo podría ser, en algunas ocasiones, esos breves momentos que el trabajador usa para respirar, salir a fumar, hacer una compra rápida o llamar a un familiar; lo que podría restar del trabajo en su totalidad. Nada puede ser 100% absoluto. En ocasiones, esos pequeños intervalos de tiempo parecen ser solo momentos mentales o transiciones. Estos tiempos esporádicos, al no tener una existencia concreta, resultan difíciles de clasificar o medir. Tal vez la suma de dichos instantes libres en el trabajo crearía un Producto Interno Bruto paralelo y opuesto. Aunque el tiempo libre dentro del trabajo contribuye a la economía, no se encuentra regulado ni contabilizado, lo que lleva a la creación de leyes que buscan, sin éxito, su control. Al colocar la individualidad como prioridad en el ámbito de los derechos, hay una falta de tiempo para la misma. La tendencia cada vez más acentuada de reducir un día laboral de la semana parece tener como objetivo disminuir ese tiempo libre en el trabajo. Algunos han comenzado a notar que un exceso de horas y días de confinamiento puede llevar a un aumento significativo del tiempo libre en el contexto laboral.

La evasión del tiempo dedicado al trabajo no es solo una elección, sino también una estrategia del sistema nervioso para evitar el colapso y alcanzar lo que muchos consideran inalcanzable: una vida propia, disfrutar del día y, en última instancia, encontrar la felicidad. Al priorizar la individualidad como un derecho fundamental, se acaba relegando a esta. Esto resulta doloroso. El costo de la individualidad ha sido su propia renuncia, ya que para cultivarla se necesita al menos un espacio que, evocando a Virginia Woolf, se podría describir como esa habitación fantástica que todos anhelan. Esto nos lleva a la relación entre trabajo y espacio, que fundamenta esta compleja situación. Un día libre del trabajo usualmente se invertirá en conseguir otro empleo. O, en ocasiones, la misma labor, pero remunerada de manera adicional como horas extras. El trabajo se convierte en el cemento del espacio. El salario promedio y los costos de bienes y servicios demandan una jornada extra de ocio-trabajo, que son equivalentes. Inclusive, el consumo interno se ve influenciado. El ocio autoorganizado –sin remuneración– está orientado a construir esa individualidad deseada (gimnasio, estética, cultura): adquirir o acceder a experiencias y materiales que logren lo más escaso: la atención. Por este motivo, se impulsará una legislación, aunque su redacción será deficiente y su implementación complicada hasta que la inteligencia artificial se encargue del caos existente.

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