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Kirk está arribando a la Península y generará este miércoles un intenso temporal con olas que podrían alcanzar los 7 metros y vientos de 120 km/h

La primera vez que vi a los perros robot, sentí una inquietud que chocaba con la alegría casi infantil que los rodeaba. La música que acompañaba sus movimientos —avanzar, girar y saltar— parecía cuidadosamente seleccionada, pero aun así, no podía evitar la desconfianza.

Este invento de DeepRobotics no se asemejaba en nada a un verdadero perro; más bien, parecía sacado de un mundo de pesadillas steampunk. Su presentación me dejó claro que no intentaban ocultar que no eran mascotas en el sentido tradicional: carecían de piel y pelo sintético, y no habían logrado replicar los ojos expresivos de un golden retriever o la eficiente dulzura de un border collie.

Eran simplemente máquinas: cuatro patas, una estructura que podría parecerse a una cabeza y un nombre. Más que una reimaginación, eran algo completamente distinto que esperaba ser reconocido con una leve conexión a lo familiar.

Recientemente, los BAD2, elaborados por la compañía británica Brit Alliance, fueron enviados a la región del Donetsk en Ucrania. Ahora, se encuentran en Oriente Medio, donde Estados Unidos los ha desplegado para observar su funcionamiento en climas más cálidos y en combinación con armamento avanzado. Estos dispositivos no conocen ni el miedo ni el cansancio. Su diseño ya no deja lugar a dudas: actúan como armas autónomas, controladas a distancia y equipadas con una inteligencia artificial en constante evolución.

Mientras caminaba por los páramos de Dartmoor, en Devon, donde Arthur Conan Doyle ambientó su famosa obra «El perro de los Baskerville», reflexioné sobre cómo estos robots podrían convertirse en protagonistas de sombrías leyendas de destrucción en el futuro. Pensé en la capacidad humana de engañarse a sí mismo con historias y en cómo otros tratan de ocultar la realidad bajo narrativas que aparentan ser más atractivas.

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