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Discutiendo diversos temas

Cuando necesitamos mencionar algo y no recordamos su nombre, a menudo lo denominamos «cosa». Por ejemplo, podemos decir «pásame esa cosa de ahí», lo que podría referirse tanto a un destornillador como a una cebolla, dependiendo de la situación. En la expresión «quítame esa cosa de encima», la interpretación puede ser ilimitada.

Para mi madre, Internet era simplemente esa cosa que le permitía descubrir información de diversas temáticas sin tener que encender la radio o la televisión.

El filósofo Alan Watts, un notable pensador del siglo XX, planteó a un grupo de jóvenes en una clase qué entendían por «cosa».

La mayoría definió una cosa como un objeto, pero él hizo énfasis en que «cosa» y «objeto» pueden ser sinónimos, aunque el segundo término no explica el primero. A continuación, una estudiante se levantó y comentó: «una cosa es solamente un término, no el verdadero objeto». Watts se sintió satisfecho, ya que entendió que el lenguaje está compuesto por palabras que, si bien catalogan lo que existe, no pertenecen al mundo físico. Las palabras intentan dar sentido a un universo vasto y en constante cambio.

La investigadora Laura Schultz del MIT ha estado indagando sobre la curiosidad en los cerebros de los niños. Ella sostiene que los adultos no enfrentamos los desafíos de la vida con la misma curiosidad que los pequeños, porque tenemos nuestras mentes saturadas de «cosas». Estas «cosas» se refieren a prejuicios, creencias y suposiciones. En esencia, usamos la palabra cosa cuando no sabemos cómo designar algo o no comprendemos del todo cómo funciona.

La inteligencia artificial es esa cosa que desarrollan las máquinas para intentar imitar la conducta humana.

Para muchos, la inteligencia artificial representa una herramienta que intenta imitar el comportamiento humano, generando así un gran temor. Sin embargo, Silvia Leal sostiene que esto puede ser una bendición para la humanidad, ya que la IA nos permite ahorrar tiempo. En su etapa laboral en un importante banco, se sentía abrumada por la falta de tiempo y decidió dejarlo. Ahora, ha orientado su agenda hacia un inevitable cambio tecnológico.

Recientemente, tuve la oportunidad de conocer en persona a Silvia, después de varios intentos fallidos. Su reciente reconocimiento con el Premio Nacional de Management hizo que nuestra conversación fuera aún más interesante. Su entusiasmo y fe en un mundo cada vez más digitalizado son contagiosos; sostiene que los problemas se pueden transformar en retos que estimulan la creatividad. Las máquinas, aunque no experimentan emociones como nosotros, deberán pasar por un «terapeuta de algoritmos», ya que, según Silvia, tendrán que adaptar su programación para satisfacer las necesidades humanas, lo que a veces resulta complicado.

Silvia ha ofrecido compartir conmigo las oportunidades que brinda la inteligencia artificial.

Debido a su trabajo, viaja a diversos países y forma parte del Grupo de Expertos en Tecnología de la OCDE y la Comisión Europea. No teme lo que está por venir; su única preocupación es llevar una existencia llena de monotonía y un futuro predecible. Me ha comentado sobre las posibilidades de la IA, aunque a mí no me interesa que forme parte del proceso de redactar un artículo, ya que prefiero hacerlo a mano en cuadernos rayados y coloridos, usando marcadores llamativos.

Además, Silvia disfruta de escribir a su manera, convencida de que no hay nada más humano que plasmar en palabras nuestras ideas, aunque a veces no logremos expresarlas correctamente y lo hagamos de manera improvisada.

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