A mediados del siglo XX, Georges Franju tenía la intención de documentar la vida en los suburbios de París. Sin embargo, su atención se desvió hacia unos edificios cercanos al canal de Ourcq: los mataderos que proporcionaban la carne para toda la ciudad.
La meticulosa representación de Franju de estos centros de sacrificio animal en su cortometraje, La sangre de las bestias (1949), es considerada uno de los documentales más espeluznantes jamás realizados. Aparte de retratar la fría realidad de los animales sacrificados, el futuro director de Los ojos sin rostro también hizo un montaje de las existencias humanas dedicadas a la matanza, los trabajadores de la industria carnívora, generando un asombroso efecto denominado ultrarrealismo.
Aspecto innovador, se centró en exponer como absurdo surrealista un acto cotidiano y tan normalizado que pasaba desapercibido.
Una mirada similar se encuentra en Tardes de soledad, la película de Albert Serra, quien se presenta por primera vez en el Festival de San Sebastián en busca del codiciado galardón, la Concha de Oro. Serra sigue al torero Andrés Roca Rey durante dos horas en varias corridas de toros, capturadas con teleobjetivo para resaltar cada detalle: las estocadas, la carne desgarrada, la sangre fluyendo profusamente. Todo sobre tauromaquia se presenta con primeros planos del matador y el toro.
Franju eligió filmar La sangre de las bestias en blanco y negro, creyendo que el espectador no soportaría el color crudo que se demostraba. Por otro lado, Serra ha concebido una obra artística enriquecida en colores vivos de sangre y sudor, arena mojada y los trajes de torear desgarrados. Con narración mínima, la película sigue el curso de las corridas y el viaje de una arena a otra, manteniendo las señales geográficas tan sutiles que quedan apenas perceptibles, en contraposición a los toros caídos.
En este contexto, «Tardes de Soledad» es una obra de objetividad notable. Su intervención es mínima, la cámara simplemente captura la escena cruel a la que están asistiendo cientos de personas en la plaza, que se ha envuelto en una compleja red cultural aterradora, y la presenta al espectador para que experimente su propio asco o fascinación por la matanza. Los planos y encuadres de la cámara reducen la acción hasta que solo queda una abstracción sangrienta. Los tiempos inflados y repetitivos, tan característicos del director de «Liberté» (2019), contribuyen a un enfoque narrativo nebuloso donde Roca Rey viaja de un lugar a otro lidiando con toros, sufriendo heridas y recibiendo elogios constantes de su equipo a lo largo del camino. Vive. Mata. Repite. El torero se convierte en un personaje perfecto para la galería de Serra, como el embajador colonial de Benoît Magimel en «Pacifiction» (2022), el monarca en «La muerte de Luis XIV» (2016), o el Casanova de «Historia de mi muerte» (2013). Todos ellos son figuras de un privilegio en decadencia, confundidos y paranoicos, apoyados por una corte adulatoria y burlona que es necesaria para mantener la ilusión frente a un precipicio cuyo peligro son especialmente conscientes. El «miedo torero», se llama. Dado que se espera que una película sobre toros presente un contenido sanguinario explícito, quizá lo más inquietante de toda la experiencia sea presenciar esos viajes en minibus en los que Roca Rey recibe palabras de ánimo y palmadas en la espalda, mientras está absorto en sus propios pensamientos y preocupado por su rendimiento. Esta es una forma de vulnerabilidad muy distinta a la que supone enfrentarse a un toro, y es mucho más fácil empatizar con ella.
La película puede que no modifique la perspectiva ya establecida de nadie acerca de la barbarie que se esconde tras la máscara de la cultura. O quizás lo haga, dada la forma en que se acerca al padecimiento, con una intimidad no vista en las transmisiones televisivas de las corridas de toros. Un impresionante trabajo de audio permite que el espectador tenga la sensación palpable de la agonía de los toros moribundos y el desespero en los rostros antes de las embestidas. Como evidenció Franju en «La sangre de las bestias», para revelar la terrible realidad de algo que se presume normalizado, a menudo sólo es necesario mostrar claramente lo que realmente está ocurriendo. Parecido a la sensación de un torero enfrentándose a solas con el toro.