Nuestro trabajo de interpretación se basa en la verdad y la honestidad, es completamente opuesto a la deshonestidad o a la manipulación. Se debe hacer desde un lugar de apertura emocional, mental e ideológica, sin prejuicios. Es un trabajo que dura toda la vida pues seguimos siendo individuos con prejuicios, insecurities, traumas y conflictos emocionales que, en ocasiones, nos distancian de la creatividad y las personas.
Durante mi tiempo con Juan Carlos (Corazza), he aprendido la importancia de respirar, de sentir la planta de los pies y de prestar atención y escuchar a los demás. Esta lección es crucial hoy en día, ya que raramente lo practicamos debido al uso intensivo de dispositivos móviles y pantallas.
Ignoramos esta práctica también porque es más fácil odiar, más fácil enfocar en las diferencias en lugar de las similitudes. Uno puede aceptar un premio con agradecimientos efímeros que olvidamos enseguida o con una reflexión profunda que deja una impresión duradera. Javier Bardem eligió el último enfoque al aceptar el prestigioso premio Donostia. Después de la ovación de San Sebastián y un homenaje a su madre Pilar Bardem y a sus hermanos, dejó a la audiencia atónita con su discurso que mostró una realidad que a menudo evitamos. Uno puede necesitar el ego para ponerse frente a un espejo, a una cámara, a un teatro, pero ese ego se debe dejar a un lado para dar espacio a tu personaje, para que la historia que deseas contar cobre protagonismo. Bardem continuó su intervención con una lección sobre la esencia de ser un narrador: intentar entender incluso lo que no comprendes.
Cuán vital es tener confianza en tu papel, portando ese detestado ego que Bardem aboga con astucia para evitar ser víctima del síndrome del impostor, pero igual de esencial es el altruismo para abandonar el egocentrismo y permitir el surgimiento de emociones, que constituyen el fundamento de nuestra existencia. Ante esto, el resto del agradecimiento se narró a través de dos intensos primeros planos. Solamente dos primeros planos. Uno de Penélope Cruz, en la audiencia; otro de Javier Bardem, en el escenario. Ambos mirándose. Ambos acaparando las lentes de las cámaras de TV. En ese preciso momento, se puede silenciar totalmente la emisión de TVE. Y comprendes con total claridad sin requerir de palabras, sin la necesidad de los subtítulos que suelen tomar protagonismo en los videos de las redes sociales. Lo entiendes todo, únicamente observando a Javier y Penélope a los ojos. Entiendes el cine y a aquellos individuos que hacen posible el arte del cine.
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