Categorías: Crónica
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17 septiembre, 2024 9:52 pm

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Desde el 19 de julio, una pareja ha tenido que hacer de la playa de San Gabriel en Alicante su hogar provisional debido a su incapacidad para costear un alquiler y su falta de acceso a vivienda social. José Vicente Roca y Charo Ortiz, quienes afrontaban pagos mensuales de 350 euros por un piso, terminaron adquiriendo una deuda de 1.200 euros durante un período difícil.

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Pese a los esfuerzos de Charo de juntar 900 euros para reducir la deuda, la situación empeoró con una orden de desalojo, según explicó José Vicente a EFE Televisión. La crisis llegó cuando su hija aún era menor, lo que complejizó aún más las circunstancias.

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«Nos venimos a la playa porque no nos alcanza para más», declara la pareja, que provee una habitación para su hija, ahora mayor de edad. «Los alquileres son prohibitivamente costosos», afirmó Charo, agregando que las fianzas y garantías exigidas para arrendar un piso están fuera de su alcance. A pesar de pasar ocho años en listas de espera para viviendas sociales, no han logrado encontrar una solución asequible. La pareja gana alrededor de 1,000 euros mensuales, una porción de los cuales va destinada al alquiler de una habitación para su hija de 18 años que cursa estudios en Atención a la Dependencia. Adicionalmente, gastan cerca de 300 euros en la habitación de su hija y otros 290 euros en un almacen para resguardar sus pertenencias. Como resultado, terminaron pernoctando en una carpa en la playa. Sin embargo, las autoridades municipales les comunicaron que acampar en la arena es ilegal. En consecuencia, tuvieron que sustituir la tienda por un parasol para dormir, él en un colchón bajo la sombrilla y ella dentro del mismo.

La tensa situación tiene un impacto emocional en su hija, que, según cuenta José Vicente, «padece» al contemplar a sus progenitores durmiendo en la playa: «Ella permanece en una habitación y nos observa aquí en la playa con todo esto». A pesar de las dificultades, Charo se mantiene resoluta: «Soportaré cuanto sea necesario para asegurar un techo a mi hija». Aun así, su desesperación es evidente. Con los ojos llenos de lágrimas, Charo admite que, si llegara el punto en que no pudiera costear el alojamiento de su hija, no pensaría dos veces antes de actuar: «Si alcanza un día que no puedo pagar la habitación de mi hija, lo lamento en el corazón, pero no dudaría en forzar una puerta para que ella no termine en la calle».

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