Cuestionamos la conveniencia de un complejo recreativo de tal impacto… adverso. Y no para debatir sobre los atributos de su agenda, sino para considerar hasta qué punto puede deteriorarse la convivencia, el tráfico y la contaminación de un vecindario tan céntrico.
Más de una vez me he referido a la propensión destructiva del Santiago Bernabéu en esta sección. No es que el nuevo estadio literalmente engulle el barrio, sino que está dirigido a erradicar a los residentes debido a la programación de entretenimiento, al bullicio de los trailers, al ruido y a los fans que acampan en los alrededores.
El Bernabéu era un espacio dedicado al fútbol y aún lo sigue siendo. En consecuencia, su carácter multifacético propicia una actividad desmedida que intenta justificar su enorme inversión y fortalecer las finanzas del equipo. Este uso excesivo del estadio con conciertos y festivales puede implicar que ni siquiera el Madrid pueda sacar partido del césped suave del estadio.
Quizás estamos sobresaturando la realidad, pero es razonable cuestionar la pertinencia de un centro de diversión con un impacto tan… funesto. Y no para cuestionar las características de su programación, sino para entender hasta qué punto la convivencia, el tráfico y la polución de un barrio tan central pueden empeorar.
Cuando se inauguró en 1947, el explanada del Bernabéu no se encontraba en el corazón de Madrid, pero el crecimiento urbanístico de la ciudad ha transformado radicalmente esta realidad. Hoy día, se localiza junto a la concurrida Castellana, en uno de los distritos más prestigiosos y valiosos de la metrópolis española. Los residentes del área han tenido que adaptarse a las intensas activiades que vibran en el estadio, ya sea un variado programa de conciertos o una serie constante de partidos de fútbol, que generan un ritmo incesante que puede alterar la tranquilidad de su vida cotidiana.
Resulta incomprensible que la prohibición al tráfico pesado y la necesidad de conservación del medio ambiente no sean una prioridad en plena Castellana. Y es aún más extraño que grandes camiones puedan entrar y salir libremente de la zona del Bernabéu cada vez que se avecina un concierto de gran magnitud. Las multitudes que asisten a estos eventos, sumado al bullicio producido por las tareas de montaje y desmontaje, crean un ambiente ruidoso y caótico difícil de enfrentar.
La complicada situación del tráfico contribuye a que el valor de los inmuebles en una de las zonas más exclusivas de la ciudad corra el riesgo de reducirse. Igualmente, existe una sorprendente tendencia al aumento de viviendas disponibles en el mercado. Según publicó recientemente El Confidencial, las ventas inmobiliarias han aumentado un 57% en las áreas más cercanas al estadio. Si bien no se puede atribuir esto única y exclusivamente a la compleja situación del tráfico y la contaminación acústica, sí pueden considerarse factores influyentes en esta tendencia.
Resulta preocupante que los barrios pierdan su identidad individual. Los habitantes son quienes dotan de personalidad y alma a las ciudades, sin importar las opiniones divergentes que puedan tener algunos madrileños sobre la transformación urbanística de la «zona Bernabéu», basadas principalmente en prejuicios hacia los más acaudalados.
El gigantesco estadio es un error irrecuperable. La grandilocuencia y agresividad de este proyecto no pueden ser revertidas, ni se puede minimizar su efecto en la mala calidad de vida de los vecinos. Hubiera sido más prudente establecer el complejo recreativo en la periferia, pero el Real Madrid es además una representación de poder e impunidad que nadie parece dispuesto a desafiar.
He recurrido anteriormente a esta sección para hablar de la destructividad del Santiago Bernabéu. No se trata simplemente de que el nuevo estadio esté absorbiendo el barrio en términos urbanísticos y literales, sino que está decidido a exterminar a los vecinos debido a las actividades recreativas, el ruido de los trailers, el alboroto y los aficionados que acampan en los alrededores.