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El hockey jugado en sillas de ruedas eléctricas es un deporte costoso. Por esta razón, Sara y Carmen han iniciado un crowdfunding para asistir a un torneo en Amberes, Bélgica. Sara Granada, oriunda de Madrid, tiene 27 años y ha practicado hockey durante las últimas dos décadas.

Padece una rara enfermedad genética no degenerativa que afecta los músculos, lo que la obliga a usar una silla de ruedas eléctrica y un respirador. Carmen López, de 19 años, también es de Madrid y sufre de Atrofia Muscular Espinal (AME), una enfermedad degenerativa que debilita progresivamente sus músculos.

Desde los 8 años ha sido jugadora de hockey y también utiliza una silla de ruedas eléctrica.

El hockey sobre sillas de ruedas es similar al floorball, un deporte básico que se enseña en las escuelas, según lo describe Carmen. Utilizan una pelota de plástico ligera y la golpean con un palo. Los equipos son mixtos y el tipo de palo que se usa depende del nivel de discapacidad del jugador: palo de mano o T stick. Carmen, quien tiene una discapacidad menos grave que Sara, juega con un palo de mano. Sara, por otro lado, juega con un T stick que se acopla a su silla de ruedas.

El grado de discapacidad de cada jugador determina su puntuación en el equipo, y las puntuaciones totales de los jugadores en el campo no pueden superar los doce puntos. Sara tiene una puntuación de 0,5 y Carmen de 2,5.

Carmen explica: “Los deportes de silla de ruedas más populares son el tenis, el baloncesto y la natación, pero no podemos participar en ellos… La unica alternativa para sillas eléctricas es la boccia, pero es un deporte individual”.

Por esta razón, Carmen y Sara se encuentran apasionadas por el único deporte de silla de ruedas eléctricas que les ofrece la opción de participar en equipos. Poseen sillas eléctricas diseñadas para la competencia. Estas pueden alcanzar hasta los quince kilómetros por hora, superando las comunes que se usan diariamente y que generalmente no superan los diez kilómetros por hora. «Es más acerca de la aceleración y las maniobras», añade Sara. Ahí radica la distinción clave con las sillas eléctricas que usan regularmente. Una silla de competición puede rondar entre los 10.000 y los 20.000 euros. «Es un gasto considerable, ya que nuestras sillas de uso diario también tienen un precio de 18.000 euros», agrega Carmen. Las sillas de uso regular tienen ese costo ya que ofrecen la función de elevar al usuario, emulando una postura de pie. «Eso es de gran importancia para nosotras, ya que pasar doce horas seguidas sentadas en una silla que no podemos ni siquiera inclinar es inviable. Sin embargo, la silla que permite esa función de elevación se considera un lujo. El subsidio que se ofrece es de tres a cuatro mil euros, no conozco a nadie que haya recibido el pago total de una silla», menciona Carmen. Han hecho un cálculo de que su participación en la competencia en Amberes el próximo fin de semana del 6 de septiembre les ocasionará un gasto de entre 4.000 y 5.000 euros. Por esta razón, han organizado una campaña de financiamiento colectivo (idea de la madre de Carmen) que se extenderá hasta el 8 de septiembre. Hasta ahora, han logrado recaudar más de 2.000 euros y, lleguen o no a su meta económica, la plataforma, después de tomar un porcentaje, les entregará lo recaudado. El torneo en Amberes se juega en parejas, en un formato de dos contra dos. Se lleva a cabo una vez al año y contarán con la participación de deportistas de Canadá, Dinamarca, Italia. Las dos están emocionadas con la posibilidad de competir a nivel internacional. El desplazamiento es otro tema. «Transportar la silla de competición es complicado; no podemos cargarlas en el avión debido a sus dimensiones anchas», añade Sara.

Prosigue Carmen, «Las pilas de nuestros equipos son de litio, lo que nos impide llevarlas en un avión». Descartan la idea de embarcar sus sillas de competición, ya que el riesgo de daño es muy alto. «Podrían averiarse componentes esenciales, como un cable o el control, o aún peor, podrían perderse y aparecer en Dinamarca mientras que nosotros estamos en Bélgica», señala Carmen. Planean llegar a Amberes en coche, un traslado de dieciséis horas, acompañadas por el padre y la pareja de Sara, y provistos de una furgoneta de carga ofertada por Europcar para transportar sus sillas de competición. Las sillas son tan anchas que no caben en un coche convencional, de ahí la necesidad de la furgoneta. Durante el viaje, Sara y Carmen se acomodarán en asientos regulares, ya que viajar de esta manera les resulta más seguro que en sus propias sillas. De manera que el contingente estará compuesto por una furgoneta, un auto, dos atletas y dos asistentes. Con la temporada regular de Hockey en silla de ruedas eléctrica a la vista y los consiguientes gastos por venir, Carmen explica que no pueden permitirse invertir miles de euros en el torneo de Amberes. Se recuerda de una ocasión donde un motor de su silla se estropeó durante una competencia, cuyo coste de reparación superó los mil euros. Por otro lado, los gastos de viaje son muy altos ya que en la liga española de hockey participan entre seis y siete equipos provenientes de todas partes del país. Carmen asume de su propio bolsillo los gastos de un asistente personal. Según señala, el Hockey en silla de ruedas eléctrica no está clasificado como deporte paralímpico, lo que implica un total desamparo en cuanto a ayudas oficiales. «Existen dos teorías: una argumenta que no es un deporte paralímpico pues para serlo debe ser practicado en los cinco continentes.

Sara y Carmen son firmes defensoras del hockey en silla de ruedas, desafiando a quienes lo ven simplemente como un entretenimiento. Ambas explican la dificultad y dedicación que requiere, desde el manejo del stick hasta la resistencia física necesaria, dado que muchos de los jugadores tienen enfermedades neuromusculares. Su objetivo es aspirar a participar en los juegos paralímpicos algún día. Recientemente, el equipo de Sara y Carmen se convirtio en el Campeón de España por comunidades autónomas.

Mientras esperan el reconocimiento de su esfuerzo, ellas y sus compañeros han tomado la iniciativa de fundar su propio club, el Club Deportivo Atlas Adaptado Madrid. En este sentido, el Colegio Santa María La Blanca les brinda apoyo proporcionando las instalaciones y ayuda financiera.

Sara, quien también tiene la asistencia personal de la Comunidad de Madrid, ahora es tanto jugadora como entrenadora. Incluso han creado una escuela para niños de 4 a 12 años. «Fundamos el club porque no queríamos depender de nadie más», explica Sara.

Carmen añade la importancia de estas escuelas, ya que la mayoría de su equipo proviene de una de ellas. Presentando así este deporte a un público joven, incluyendo la hermana de Sara quien fue una de sus primeras entrenadoras.

Sara enfatiza cómo la competencia la transforma, volviéndola agresiva en el campo. Por su parte, Carmen destaca los beneficios físicos y sociales del hockey; mantenerse activa, la participación en un deporte en equipo, los viajes y la posibilidad de compartir momentos juntos fuera del campo.

«Otro aspecto crucial de nuestro club es promover la autonomía. Convivo con mi madre, quien me respalda en todo, sin embargo, cuando se trata de un partido de hockey, puede asistir como espectadora si lo desea, ya que me acompaña mi ayudante personal, al cual cubro los gastos», termina diciendo con una sonrisa.

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