El mundo político parece inclinarse hacia las ideologías conservadoras, según sugiere el balance actual netamente favorable a los partidos de derecha en la lucha política con sus contrapartes progresistas. Parece que el eje ideológico de la política está inclinándose hacia la derecha.
Este cambio ideológico es eminentemente marcado en Alemania, donde el eje político occidental parece virar hacia la derecha. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido conservador en Alemania Occidental, lidera las encuestas de preferencia, mientras que el surgimiento del partido de derecha antisistémico, la ‘Alianza por Alemania’, es muy distintivo en la antigua Alemania Oriental.
Los conservadores están ganando terreno tanto en las regiones más prósperas como en las que viven con gran preocupación por declive económico.
Por otro lado, los partidos gobernantes actuales como los socialdemócratas, los verdes y los liberales, están perdiendo apoyo popular en todo el país. La crisis en Alemania resulta en una caída en la popularidad para el gobierno actual, un aumento en el apoyo al principal partido de oposición y un ascenso del partido antisistema.
No es nada sorprendente, dado que existen puntos de conexión ideológicos entre estos dos partidos de derecha, a pesar de todo.
La percepción pública de la realidad está distorsionada debido al rechazo incondicional de la AfD. Hay un poderoso mensaje comunicado a la sociedad de que no se harán tratos con un partido rupturista, y por ende, no se les permitirá gobernar o formar coaliciones. No obstante, esta postura ignora la realidad de la presencia de la AfD en los parlamentos, la aprobación de leyes y la promoción de iniciativas. Sahra Wagenknecht, líder de BSW y una de las figuras ascendentes en la política alemana, proporciona una explicación exhaustiva en su libro Los Engreídos (Lola Books): “Mientras que muchos partidos de derecha tienden a desafiar solo el aspecto de globalización en la trifecta de liberalismo económico, recortes sociales y globalización, su foco primario es la migración”. Pese a ello, «es común que en el Bundestag, la AfD vote en contra de incrementos en Hartz IV, aumentos en el salario mínimo y límites efectivos en la renta, con la justificación de que estas políticas serían un ataque a la libertad empresarial». En este sentido, no hay diferencia con los partidos conservadores tradicionales.
Se ha negado legitimidad a los partidos de extrema derecha mientras que los gobiernos conservadores han adoptado algunas de sus propuestas.
Incluso en el tema de la inmigración, las discrepancias son menos marcadas de lo que parece. Un mayor control migratorio y la adopción de políticas más estrictas al respecto son prácticas comunes por todo el continente europeo, desde Bruselas hasta Alemania, Italia y España. Si bien existen diferencias evidentes en las medidas que la extrema derecha y otros partidos promueven, también es innegable que el impacto de la primera está creciendo. Es evidente que la política migratoria de la UE está experimentando cambios significativos.
En el ámbito electoral, los partidos derechistas populistas y extremistas se consideran rivales de los grupos conservadores tradicionales. No es sorprendente entonces que, en su intento de atraer o mantener electores, las facciones conservadoras más arraigadas propongan medidas y argumentos para prevenir la pérdida de votos. Esta tendencia se ha observado en la política europea reciente, donde a pesar de negar legitimidad a los grupos de extrema derecha, los gobiernos conservadores han adoptado algunas de sus propuestas. Por lo tanto, no sería inusual que en 2025 la CDU/CSU ganara las elecciones alemanas, y la AfD, incluso sin estar en el poder, respaldara algunas de sus políticas económicas, migratorias o energéticas en el parlamento.
La acumulación de estos factores apunta a algunas razones por las que el eje político se ha inclinado hacia la derecha, pero no ofrece mucha luz sobre la situación en los partidos de izquierda, donde los cambios son notables.
El revés de la izquierda
El principal problema para los partidos de izquierda no es el avance de fuerzas fuera del sistema, sino su propia decadencia. Este cambio de eje no solo sugiere que la suma de los partidos conservadores tradicionales y las nuevas derechas supera a las demás fuerzas políticas en muchos sitios, sino la ausencia de discursos públicos, salvo en áreas marginalmente mínimas, de las fuerzas políticas que trascendían la socialdemocracia convencional. Francia es la excepción, con LFI, el partido de Mélénchon, que ha sido aislado para impedirle nominar a un primer ministro. Sin embargo, aparte de París, donde se espera que el Partido Socialista lidere la izquierda y relegue a La Francia Insumisa, en el resto de los territorios occidentales la izquierda ha perdido notoriamente influencia.
La principal meta ideológica de la izquierda es evitar que la radical derecha obtenga el control: esta es la esencia de la campaña de Kamala Harris en los Estados Unidos. Por ejemplo, las fuerzas anteriormente dominantes de Occupy Wall Street y Bernie Sanders, han estado notablemente ausentes en estas elecciones, mientras que Harris se presenta a las elecciones con una estrategia llena de interrogantes, pero con una tendencia más conservadora que Biden. En España, el terreno de Podemos y Sumar está claramente en descenso, al tiempo que el PSOE se fortalece. Syriza ya no tiene influencia y Die Linke está claramente en retroceso, al igual que los verdes. El partido que ha crecido en Alemania, el BSW, es muy diferente de la izquierda de días pasados, pero hasta ahora, es solamente una opción en Alemania. Los partidos socialdemócratas, como el SPD alemán, los laboristas de Keir Starmer, o los socialistas franceses, buscan adoptar posturas más centradas. Es decir, el cambio del eje política afecta a todo el espectro: la derecha se mueve más hacia la derecha y la izquierda más hacia el centro.
Esta última tendencia es lógica, dado que la principal estrategia discursiva de la izquierda es impedir que la extrema derecha asuma el poder. Como resultado, se necesita una unificación sistémica de quienes defienden la democracia frente a las posturas autoritarias. La campaña de Kamala Harris se centra precisamente en esto, al igual que lo hizo la de Sánchez en las últimas elecciones generales en España: su propuesta principal consistía en evitar que la extrema derecha tomara el control.
Una lucha cultural y moral.
En este contexto, las actualizaciones que hemos recibido de Turingia y Sajonia han sido analizadas desde una perspectiva convencional. La AfD y BSW están en ascenso debido a tres tipos de mensajes: los que fomentan la xenofobia, engañando a los alemanes al decirles que los trabajos y beneficios son robados por inmigrantes; los conspirativos, que consisten en personas que se opusieron al confinamiento por el covid y a menudo se posicionan en contra de las vacunas; y los pro-rusos, quienes sin rodeos manifiestan su simpatía hacia Putin. Estos mensajes, además, se basan en declaraciones falsas, tergiversando la verdad para fomentar el odio, y aprovechándose de situaciones difíciles para dirigir el malestar hacia los inmigrantes. A pesar de que la vida cotidiana de los habitantes de estas regiones no se ve afectada por la inmigración, que es mucho menor que en otras áreas de Alemania, se dejan persuadir por estos mensajes.
Este tipo de dinámica belicista en el discurso es evidentemente parte de nuestra rutina comunicativa.
Existe una versión aún más audaz, según algunos de la izquierda, quienes argumentan que estos votantes no son manipulados, sino que simplemente han legitimado sus tendencias fascistas y las han liberado. Es un argumento incluso más dudoso que el anterior y, si fuese cierto, no dejaría a las democracias ninguna otra opción que la guerra civil. Una versión de esto se evidencia claramente en nuestro discurso diario. La campaña estadounidense, por ejemplo, está repleta de este tipo de dinámicas.
A pesar de aceptar cualquiera de las versiones, siempre domina la inicial, la cual presenta un enfoque curiosamente moralista de los resultados electorales y el crecimiento del extremismo de derecha. Sus seguidores son individuos con escasa educación (por eso el ala derecha gana en los grupos sin educación universitaria), fácilmente influenciables, que se apoyan en la amargura y la nostalgia y que han descubierto en los jóvenes machistas una oportunidad de expansión.
Esta interpretación puede ser gratificante para quien la profesiona, pero revela un patente sentido de superioridad, especialmente cuando la propagan expertos, clases acomodadas, periodistas de reconocido prestigio y miembros de la sociedad urbana educada. Esto suele tener un efecto contrario, debido a que sucede precisamente en el ámbito donde la derecha está librando su batalla ideológica, en la cultura y la moral.
La injusticia
El Este de Alemania ha experimentado un crecimiento significativamente menor en comparación con otras partes del país. A pesar de tener altas expectativas hacia la unificación, estas no se cumplieron, ya que fue tratada como la región interna del sur de Europa. Este fenómeno también se ha observado en varias regiones occidentales, lo cual es crucial para entender las tendencias políticas recientes de países como Estados Unidos, Francia, Países Bajos, Reino Unido y España. La globalización ha profundizado el abismo entre las metrópolis y las localidades más pequeñas e intermedias, generando divisiones ideológicas agudas. Es lógico que los residentes de estas áreas perciban la decadencia en su vida diaria, anhelen cambios y respondan políticamente. En este descontento se basa el partido AfD: es su pilar fundamental, su principal posibilidad.
Las temáticas que abordan pueden proporcionar una interpretación o canalizar la insatisfacción, pero no sería suficiente, puesto que no resolverían los problemas. Lo que plantean es algo más: los temas culturales en los que se enfocan están obviamente arraigados en el agravio.
Asuntos centrales progresistas como la simpatía por la inmigración, la transición verde, el avance digital y el aumento de derechos asociados a temáticas identitarias, que se han vinculado al desarrollo europeo y al progreso de las condiciones de vida, pueden ser más o menos atractivos para las poblaciones occidentales. Sin embargo, la contienda política no se decide en el terreno de las ideas, sino en sus difusores.
Este fuego lo mantienen vivo los nuevos partidos políticos. No es una coincidencia que Wagenknecht, quien sin duda es políticamente sagaz, titulara su libro ‘Los engreídos’.
La creencia subyacente no es tanto el convencimiento de que una parte de la sociedad tiene sobre la poca capacidad de un programa para mejorar su calamitosa circunstancia, sino cómo este sentimiento de agravio recubre sus políticas. Esa es la proclama de las recientes corrientes conservadoras: las elites progresistas olvidan a la patria, desatienden a sus compatriotas y priorizan a los forasteros. Nos desdeñan, desvalorizan, favorecen a otros y les otorgan las subvenciones que a nosotros se nos niegan. Implementan estrategias en favor del medio ambiente que nos afectan negativamente, mientras ellos vuelan constantemente en aviones; durante la pandemia se mudaban a hogares enormes en áreas deshabitadas, mientras nosotros quedamos atrapados en viviendas estrechas. Nos difaman tachándonos de violadores en potencia, pero permiten que los hombres desafíen a las mujeres en las olimpiadas y les usurpen las medallas; y la lista sigue.
Estas retóricas están permanentemente arraigadas en el dominio público, en ocasiones funcionan o incluso funcionan bastante bien, no tanto por su concordancia con los hechos, sino por el aura de superioridad moral que trasmiten. La estrategia progresista para contrarrestar el ascenso de la ultraderecha ha sido intensificar su discurso en reacción, aunque la realidad se distancie del discurso. La solución frente a la xenofobia es acoger a más inmigrantes; frente a las teorías de la conspiración, reafirmar la ciencia; frente al fascismo, incrementar los derechos; en respuesta a las mentiras, propagar la verdad; y frente al machismo, más feminismo.
La situación actual facilita una batalla política aún más moralista, que parece un enfrentamiento entre clases educadas y clases ignorantes susceptibles a la manipulación. Parece ser una disputa entre aquellos que desprecian a los demás; antes eran vistos como deplorables, ahora son calificados de extraños. Las poblaciones en declive que no han respondido políticamente a su pobreza material, sí responden al desdén. En esta actitud, que es crucial para la comunicación, se encuentra la chispa que alimenta el crecimiento de nuevas fuerzas políticas. No es casualidad que Wagenknecht, una notable figura política, titulase su libro «Los engreídos».
En la política, las orientaciones son esenciales y Alemania está mostrando que la orientación política en Occidente está virando a la derecha. En la antigua Alemania Occidental, el CDU, el partido conservador establecido, lidera las encuestas, mientras que en la Alemania Oriental, es notable el crecimiento del partido de derechas, la Alianza por Alemania. Tanto en las regiones ricas como en las que temen más el declive, ganan los conservadores. Los partidos en el gobierno, los socialdemócratas, los verdes y los liberales, están perdiendo apoyo en todo el país. Alemania se encuentra en crisis y el resultado son los partidos gobernantes con un declive en la popularidad, el principal partido de la oposición en ascenso, y el aumento del principal partido anti sistema. Nada sorprendente, excepto por el hecho de que hay puntos de conexión ideológica entre los dos partidos.
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